A corte directo pasamos al interior de la escuela, en donde Don Roberto imparte una de sus peculiares clases de ciencias naturales a ritmo de spiritual negro. La pizarra está llena de notas y acordes para que los alumnos sigan la explicación sin perderse e interviniendo en los momentos previstos. Un plano medio nos muestra al maestro de pie sobre la tarima. Con su voz de bajo canta:
«En el cuerpo humano hay algo que es sensacional pues día y noche trabaja sin parar».
Un plano general nos permite ahora ver a los niños con sus variados disfraces, que mueven sus torsos coreando la canción del maestro desde sus pupitres.
«No es una máquina, tampoco es un motor, sólo es una viscera, se llama corazón».
Don Roberto lleva ahora su mano al bolsillo interior de su chaqueta y saca un corazón. Dirigidos por el maestro, los niños levantan sus manos y, como si entraran en trance, corean:
«¡Aleluya! se llama corazón.
¡Aleluya!
se llama corazón».
Cuerda va combinando los planos generales del conjunto con planos cortos del maestro y con insertos de algunos alumnos con la precisión y funcionalidad que le caracteriza, imprimiendo en el montaje un ritmo musical, que es lógicamente diferente al mantenido en las secuencias de diálogo. Don Roberto continúa:
«Esta sangre loca, si él se detuviera, a las pocas horas negra se volviera.
Pues si estás jugando, estudiando, o te vas a dormir, el corazón no deja de latir»
«¡Everibody!», anima el maestro. Los niños se van levantando por filas. Cada una de ellas canta una frase del estribillo:
«Causa admiración, causa admiración, causa admiración cómo trabaja el corazón»
«Let’s go, please», dice el maestro. Los niños repiten el estribillo con los mismos movimientos. El maestro está cada vez más animado y acompaña la letra con gestos descriptivos.
«Por sus dos ventrículos
y sus dos aurículas
la sangre cabalga
como el malo en las películas.
Pues si algún día poco a poco deja de latir.
Prepárate,
que te vas a morir».
«Come on», dice el maestro dando paso al coro. Ahora los alumnos permanecen sentados y, por filas, van agachando sus cabezas sobre las mesas al terminar su frase del segundo estribillo:
«¡Qué complicación, qué complicación, qué complicación, si se te para el corazón!»
«One more time», grita Don Roberto entusiasmado ante el creciente éxito de su número. Los niños repiten el segundo estribillo, que el maestro puntea con sus «¡Aleluya!». Luego los niños irrumpen con un «tirititón, titón, tirititón, titón», moviendo sus manos a ritmo, mientras el maestro sigue cantando. Los niños, ante el crescendo del ritmo frenético, comienzan a bailar alrededor de la clase hasta rodear la mesa de Don Roberto que termina, brazos abiertos en alto, con un sublime y sincerísimo: «¡Oh, yeeeee!».
¡Qué duda cabe que a cualquiera nos hubiera ~güstaclo^ tener un maestro como Don Roberto! Pero eso sólo pasa en las películas… De Cuerda. (A este respecto recomiendo encarecidamente la lectura de la entrevista con el director en el libro de Ubeda-Portugués, muy rica y divertida en anécdotas sobre maestros y profesores que disfrutó o padeció en su infancia el propio José Luis Cuerda).
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