Los labradores dejan su trabajo en el campo, los niños han salido de la escuela y las gentes del pueblo se dirigen a un punto del camino de entrada. (Transcribo la descripción del ambiente que Cuerda hace en el guión para su mejor comprensión: «…debe llegar alguien muy importante a juzgar por la expectación. Las jóvenes llevan pétalos de flores, los muchachos ramas de olivo, las matronas guirnaldas de laurel, los hombres nada y los niños altramuces y garbanzos torrados para entretener la espera).Entre la muchedumbre descubrimos a Teodoro y a Jimmy. El padre pregunta: «Oye, ¿y qué hace aquí todo ese gentío?». El hijo, que lleva su guitarra en la mano, responde: «No sé, padre, no sé». «Pues debe ser algo gordo…». Por el fondo del camino asoma el morro de un coche y percibimos el ruido del motor. Cortando el paso, tres aldeanas de negro riguroso comienzan a bailar jotas. Alguien dice: «¡Ya están aquí!». Garcinuño y otro brotado observan la escena enterrados al borde del camino. El coche es un viejo citroen pato. Las aldeanas abren las puertas del coche del que salen el Alcalde (Rafael Alonso) y Susan (Fedra Lorente), una chica de pronunciadas curvas, vestida con un traje naranja muy escotado. El Alcalde lleva un traje blanco con brazalete de luto. Un paisano con aire de muy bruto dice: «Esta vez empiezo yo, me dejáis que empiece yo». Los niños se agolpan alrededor de Don Roberto. «¿Entramos ya?», pregunta uno. «¡Tranquilo, tranquilo!, ya os diré yo cuándo». El coche arranca y al pasar entre los paisanos, el conductor se asoma y les grita: «Esta vez trae una tía despampanante».
El Alcalde y su nueva novia entran en el pueblo a pié. Susan comenta que parece un pueblo muy alegre. «Muy sano, muy sano», asegura el Alcalde. El paleto que demandaba la primicia del recibimiento grita a su paso: «¡Viva el munícipe por antonomasia!». Enseguida otro contesta: «¡Viva nuestro señor alcalde!». Los niños rompen a cantar en afinado coro: «Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor…» . Un tío con boina muy entusiasta grita: «¡Viva San Aurelio, Santa Agueda y San Lucas Evangelista!». El que está detrás le pregunta: «¿Y por qué gritas eso?». «No sé, chico, porque me ha salido así». El pueblo no puede contener su emoción. Los vítores continúan: «¡Viva la tía cojonuda que trae con él», se atreve a gritar uno con bigote. En el grupo de los mozos hay uno que reclama: «Queremos que la muchacha sea comunal». «Y turgente», reclama el de su lado. «Turgente ya es», puntualiza el primero. Se enzarzan en una pelea a puñetazos. ATjpasar junto a él, el viejo de la primicia le dice: «Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario». El Alcalde y su novia apenas pueden dar un paso. Los paisanos se pelean por acercarse y le arrojan flores y ramos de olivo. «¡Pero qué esageraos!», dice Susan con acento andalúz. El líder de los de Eaton se acerca al Alcalde y le ofrece un servicio de orden. El Alcalde le zarandea cogiéndole por el jersey:»Oye, a mi no me jodáis los americanos también, a mí no me jodáis». Los niños, ahora agrupados en la formación de un coro, siguen con su interpretación de «Valencia».
El recibimiento del Alcalde parece también una ceremonia frecuente en ese pueblo. De vez en cuando, el munícipe por antonomasia se larga a la capital y vuelve con novia, para admiración y envidia de sus conciudadanos. La costumbre se adorna con los vítores que ya vimos al paso del cabo Gutiérrez, manifestación que tiene sus propios tenores especialistas. Los niños aprovechan las enseñanzas musicales de su maestro y, aunque estamos en La Mancha, se arrancan por el himno a Valencia. El entusiasmo que provoca la autoridad civil es un remedo y parodia de las manifestaciones populistas propias de las dictaduras. Cuerda no desbarra. Tan sólo copia lo que ha visto en los telediarios cuando llega un ilustre visitante, sea el Papa o el ganador de «Gran Hermano» u «Operación Triunfo». La necesidad de la masa de buscar una referencia en la que mirarse, de desahogarse, de comportarse de acuerdo con su naturaleza animal. En el desarrollo de la escena apenas hay participación de los personajes que conocemos.
Es la masa quien se manifiesta. El estudiante americano no entiende esta clase de fervor popular tan racial. Lo suyo, lo de los gringos, es poner orden allá donde van, una idea que Cuerda desarrollará más adelante. Debajo de sus sonrisas y sus paños calientes, los estudiantes de Eaton llevan escondido un halcón.
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