En otro lugar de la plaza, Paquito, el sacristán, toca la trompetilla para llamar la atención de los vecinos. Se dispone a echar un pregón. «¡Venga, a callarse todos, que voy a echar un pregón…!» . Pascual impone silencio con la autoridad que le confiere su uniforme. «De orden del señor cura, se hace saber que Dios es Uno y Trino». Todos los allí reunidos, y los forasteros con ellos, aplauden el pregón. Dos mujerucas abandonan la reunión bailando jotas.
En este pueblo la Iglesia disfruta del privilegio de un pregonero que día a día va desgranando los misterios del dogma católico, cuyo contenido, no por incomprensible, deja de provocar el entusiasmo de los vecinos y visitantes. La colaboración de la fuerza pública con el pregonero eclesiástico queda también patente. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, amén. (En el guión había un comentario de Teodoro a estos hechos: «Aquí están a otro nivel, padre»)
Desde detrás de una columna un personaje extraño vestido con calzones largos chista a Teodoro y le fuerza a ir a su encuentro. Es Cascales (Quique San Francisco), un joven rubio de mirada alucinada que pretende cambiarle el papel. Teodoro no entiende. «Que te cambio mi personaje por el tuyo», le aclara el otro. El forastero podrá ser un simple, pero no es tonto del todo: «Sí, hombre, eso es. Me chupo yo toda la carrera de ingeniero, saco una plaza cojonuda en Oklahoma y, ahora te paso a ti el personaje para que te limpies el culo con él…¡Vamos, hombre no me jodas, no me jodas!».
Cascales representa la contradicción esencial: es un personaje sin personaje. Por eso quiere cambiar su nada por algo. Cuerda echa mano del viejo distanciamiento brechtiano inventando un personaje que tiene conciencia de su condición de tal. Nada tendrá que hacer en la película si no consigue que otro personaje le ceda su papel. Pero ha tocado en duro porque también Teodoro sabe que está en superioridad de condiciones en esta farsa: ha hecho una carrera y trabaja nada menos que en los Estados Unidos de América. No tiene más que ver el aspecto de Cascales, para deducir que es un pelagatos (término con el que le calificaba en el guión). Puestos a apurar el razonamiento, también a Quique San Francisco le hubiera gustado hacer en esta película el personaje de Antonio Resines. Y no lo habría hecho mal, por cierto. En este pueblo, como en cualquier sitio, existen poderosos y desposeídos y Cascales no tiene dónde caerse muerto. Por no tener, este personaje carece hasta de vestuario.
Los comentarios están cerrados.