Votación de la asamblea de mujeres: las adúlteras y el incierto caso de la monja

PADDINGTON: Bueno, si no pones inconveniente, te elegimos por aclamación ¿eh, Mercedes?

MERCEDES: Por mí…, si no se cansan los hombres…

PADDINGTON: Ya te encargarás tú de que no. Elegida por aclamación (cerrada ovación). Segundo punto, adúlteras. Yo aquí haría una salvedad. Las mujeres de los guardias civiles no deberían entrar en la elección, porque sabiendo el carácter de esos hombres me parece un riesgo, la verdad.

MUJER DE PASCUAL: No, si no nos importa, si habrán visto ustedes que ni siquiera venimos a las reuniones normales; pero como ahora aparece hay ambiente en el pueblo, pues tampoco queríamos pasar por tontas.

PADDINGTON: Ah, pues muy bien, bienvenidas. Aquí podéis hablar y votar con total libertad y si tenéis alguna duda, me la podéis consultar a mí o a vuestro enlace de zona, que creo que es Mari Tere. Con vuestro permiso, pasamos a las candidaturas. Remedios, (con una sonrisita) parece ser que tú ya te has puesto a ello antes de haberlo votado entre nosotras.

REMEDIOS: Pues sí, yací con Morencos y parí gemelos de él. En diez minutos, sin preparar ni nada. Le ardió el culo, vino a casa, Genaro había salido a diagnosticar un cólico nefrítico… Yo no mandé a mis naves a luchar contra los elementos.

(Moderada sorpresa)

AURORA: (A Adelaida, en voz baja) El médico no sólo es cornudo, también es padre putativo.

ADELAIDA: Virgen María Santísima (Santiguándose)

ROCÍO: Espero que haber sido adúltera sin haber sido elegida antes no sea un inconveniente (en tono conciliador, casi didáctico). Sé que estas cosas hay que votarlas, pero ha sido sólo cuestión de días. Iba a presentarme de todas formas…

PADDINGTON: Sobre si fue satisfactorio, ni te preguntamos.

(Rocío la mira con cara de Ay-pillina)

PADDINGTON: ¿Alguna interesada más?

GRACIELA: Bueno, yo me presento a la reelección, creo que no hace falta decirlo. Mientras dure la impotencia coeundi de Carmelo…

ELENA: Oye Graciela, ¿y cómo empezó eso de la impotencia coeundi? ¿Se dio un golpe, le dieron un susto? ¿Le caparon el hurón?

GRACIELA: No, no, todo empezó una que llegó fino de anís de discutir de no sé qué de la transustanciación con Don Andrés y…

PADDINGTON: Bueno, bueno, esas cosas ya las habláis luego, que estamos aquí para otra cosa. De adúlteras tenemos a Rocío y a Graciela. ¿Alguna más? Os recuerdo que la última circular de la Organización Mundial de la Salud recomienda entre tres y cuatro adúlteras para un municipio de nuestra población. Tened en cuenta también las pedanías.

ROCÍO: Venga, me presento yo. Todo sea por el pueblo.

(Asombro mayúsculo. Rocío es la mujer del cabo Gutiérrez)

MUJER DE PASCUAL: ¡Pero Doña Rocío, está usted loca! ¡Ay madre! ¡Ay maaadre!

ELENA: Por el pueblo, sí. Ésta lo que quiere es mambo porque el cabo santo la tiene a dos velas con tanto misionero.

HERMANA DEL TONTO DEL PUEBLO: Ea.

PADDINGTON: Pero Rocío, ¿tú estás segura de lo que estás diciendo? Si Paco te mata, cierra la cantina y luego se va al monte a pegarle tiros al sol.

ROCÍO: No tiene por qué enterarse. De aquí no sale nunca nada y yo siempre he sido muy discreta.

PADDINGTON: Ya estás crecidita, tú sabrás. Luego no me vengas con lamentos o con que si el niño está estresado y se te mea en el salón. ¿Seguro? Mira que son cuatro años y la presión de un primer ejercicio… ¡Y en tu caso!

ROCÍO: Seguro. Siempre he querido ser una mujer de acción, pero tener un cabo de la guardia civil propio me ha frenado mucho. Es ahora o nunca (mira de forma tenuemente suplicante a la Paddington y luego a todas).

MUJER DE FERMÍN: (Dirigiéndose a la mujer de Pascual) Tu Pascual había pedido el traslado al Rincón de Ademuz, ¿verdad?

(Silencio tenso)

PADDINGTON: Os recuerdo que los cargos colegiados se votan en lista cerrada y bloqueada, así que: ¿votos a favor de Remedios, Graciela y Rocío como adúlteras?

(Algunas levantan el brazo, otras no)

(La Paddington recuenta dos veces con el dedo)

PADDINGTON: Elegidas las tres como adúlteras por mayoría simple.

MUJER: Ah, pues a lo tonto, la legislatura promete.

PADDINGGTON: Pasamos entonces al tercer punto del orden del día: quién se presenta a monja. Como sabéis, llevamos más de un siglo sin monja en el pueblo y quizá sea hora de hacer algo. Se murmuran cosas raras en el pueblo de arriba. Dicen que los más integristas hablan de una invasión. ¿Se anima alguien este año? Podemos convertirlo en un cargo a tiempo parcial o fijo discontinuo, por facilitar las cosas…

SALUSTIANA: Yo quisiera decir unas palabras, con vuestro permiso.

PADDINGTON: Somos todo oídos, Salus.

SALUSTIANA: Pues veréis, me estoy haciendo ya muy vieja y me voy a morir sin que en el pueblo hayamos tenido una monja. Y es muy duro morirse sin haber visto una monja, es muy duro.

(Murmullos de incordio)

ÁLVAREZ: ¡En 1932 Don Cosme se disfrazó de teresiana por Carnaval!

SALUSTIANA: ¡Eso no cuenta! Yo me refiero a una monja de verdad, una que nos haga yemas y huesitos de santo, que acompañe a Don Andrés, que está muy solo.

MERCEDITAS: ¿Cómo que está muy solo? ¿Y el tío y yo?

SALUSTIANA: Vosotros sois su familia y le queréis bien, pero no le seguís en sus elucubraciones canónicas. Una monja le daría conversación al cura y empaque al pueblo, un estatus eclesiástico paritario, una prestancia… Luego nos quejamos de que el obispo no viene nunca. Además, una monja aportaría ese “je ne sais quoi” que le falta a nuestro folklore y podría dar mucho juego en las estampas.

ADELAIDA: Eso es verdad.

AURORA: (Por lo bajini a Adelaida, dándole un codazo) En qué estarás tú pensando…

SALUSTIANA: Yo me presentaría, aunque sólo fuera por darme el gusto, pero soy agnóstica y krausista, defiendo la tolerancia académica y la libertad de cátedra frente al dogmatismo, lo que supone un inconveniente de mucha enjundia para una situación como ésta.

PADDINGTON: ¿Alguna voluntaria?

(Silencio, mirada general al techo)

PADDINGTON: Vamos, vamos, ¿alguna viuda sin hijos?

(Más silencio)

PADDINGTON: ¿Ninguna lesbiana de mediana edad? Pensad en las ventajas…

(Silencio, con algún carraspeo)

SALUSTIANA: Vamos, Eulalia, que lo estás deseando (dirigiéndose a la anciana que está a su lado). Que lo tenemos hablao, anímate. Preséntate a monja, tonta, yo te voto.

EULALIA: No, no, lo he pensado mejor y me da pereza. Mi padre me dijo siempre que no me significase y no voy yo a presentarme a un cargo público a mi edad. Además, para ser monja hace falta tener cierto entusiasmo y a mí lo único que me estimula últimamente, fíjate tú, es el anís.

PADDINGTON: (A la desesperada) Mmm ¿Maribel? ¿No te apetecería probar? Mujer, prueba un año, no tienes que agotar el ejercicio. Siempre hemos pensado todas que te vendría pintiparado lo de ser monja. ¿Verdad?

(Asentimiento general)

ELENA: Además, los hombres se te iban a acercar, igual que ahora. Apenas notarías nada desde el punto de vista del vicio.

MARIBEL: Pero, ¿tendría que vivir en la casa del cura? Vive con su padre, y también estás tú por ahí atravesada, Merceditas…

MERCEDITAS:  Y dale conmigo ¿Preferirías mayor intimidad con mi tío? Mira la mosquita muerta…

MARIBEL: No, no, hija, por Dios, es una cuestión de espacio vital, de Lebensraum, por así decirlo. Por otra parte, yo tengo mucha ropa de cama y me convendría seguir en mi casa. Por no hablar de los aparejos de capar hurones…

PADDINGTON: Pues mañana hablas con Don Andrés, te enteras bien de las condiciones y me cuentas antes del domingo. ¿Te parece?

MARIBEL: ¿Te lo digo de palabra o te envío un formulario?

PADDINGTON: De palabra, de palabra, que hay que agilizar. ¿Se aprueba entonces la pre-candidatura de Sagrario a monja, condicionada a los términos finales del eventual ejercicio de su cargo? (dirigiéndose a todas)

(Aplauso general pero cargado de incertidumbre)

2 Respuestas para “Votación de la asamblea de mujeres: las adúlteras y el incierto caso de la monja”

  1. Diego Martín-Montalvo Cortes

    Gerardín, hijo: ¿cómo se carga de incertidumbre un aplauso? Porque mira que le doy vueltas…

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