Un pueblo muy cerrado

Molinicos , , ,

Entre los borrachos que esperan a la puerta vemos ahora a Carmelo tambaleándose. Al grupo se acerca ahora la moto de Teodoro. Jimmy saluda y pregunta dónde dan hospedaje en el pueblo. El guardia Pascual, muy educadamente, le advierte que allí no hay fonda. «Aquí todo lo que no sean casas particulares…» Un paisano interviene: «Y no le va a ser fácil porque éste es un pueblo de mucha cultura, de unas peculiaridades de gran valor y de un folklore muy variado, pero un pueblo muy cerrado, ¿sabe? Se tiene miedo de lo que venga de fuera…Por lo que pueda ocurrirle a las mujeres». El lenguaje tan florido contrasta con el aspecto paleto del consejero improvisado. Jimmy se muestra ligeramente ofendido: «¡Cuidado, eh!, que mi hijo es ingeniero y da clases en Oklahoma». Carmelo interviene: «Pues yo creo… que me voy a sacar la chorra».

Las advertencias del lugareño no hacen sino informar a los forasteros de algunas cosas que ya hemos podido comprobar, como que los campesinos hablan como profesores, lo que demuestra que ése es un pueblo culto, que brotan hombres en los bancales y los hombres se desdoblan, peculiaridades sin duda muy estimables, y que los niños acuden a la escuela vesti­dos de andaluces -recuerden el divertido precedente de ¡Bienvenido Mister Marshall!»-, galle­gos o santas, lo que da a su folklore una variedad musitada. La novedad es la revelación de que es también un pueblo desconfiado con los forasteros y ello, a pesar de acoger a una próspera colonia de sudamericanos que levitan o huelen bien y de la amabilidad con que los vecinos han tratado hasta ahora a los estudiantes de Eaton. Claro es que el paisano se refiere al peligro de que los turistas abusen de sus mujeres, temor improbable mientras permanezcan en la calle o en la iglesia, pero mucho más probable en el caso de pernoctar en una casa particular, como ha sugerido el guardia Pascual. Jimmy, orgulloso de la carrera académica de su hijo, hace valer su respetabilidad como un corolario natural de su condición de docente en Oklahoma. La salida final de Carmelo me parece gratuita y nunca la he entendido, aunque hay que valorarla como una incoherencia aparente, que puede justificarse porque la sugerencia de un trato carnal entre los forasteros y las lugareñas le haya excitado. Y puestos a poner reparos, pienso que la estructura de esta primera parte en acciones paralelas distiendo el tiempo fílmico en exceso. Tal vez la preclara inteligencia del pensador Morencos pudiera aclararme este extremo.