Terminada su delicada intervención en el caso del argentino plagiario, el cabo Gutiérrez ha vuelto a la cama con la guerrera aun puesta, pero tampoco ahora le dejan dormir. Sentado al lado de su mujer, Doña Rocío (Carmen de Lirio), mantiene un silencio expectante. En el marco de la puerta de su alcoba, su hijo permanece inmóvil en pijama. Tiene la mirada perdida en dirección a sus padres. Doña Rocío hace además de levantarse, pero el cabo la detiene: «Que no lo pongas, Rocío…, que estoy seguro que no es sonámbulo…, que lo hace para humillarnos». «Estoy seguro, estoy seguro… -repite su mujer- y, si se hace pis en el salón, ¿quién lo limpia?… Yo». Doña Rocío se levanta y conduce a su hijo hacia el cuarto de baño, al tiempo que dice: «¡Qué nochecita nos estás dando!».
Desde la calle alguien está llamando a gritos al cabo. Gutiérrez se levanta y se asoma a la reja. Es Carmelo, el borracho, en su faceta serena: «Que se nos ha ahorcado el Alcalde». El cabo no da crédito a sus palabras. Carmelo se lo repite. «¿Sabes si el Alcalde estaba enfadado porque el cura y yo no hayamos salido a recibirlo?», pregunta. Carmelo desestima esa posibilidad. «No creo que ni se haya enterado», dice. El cabo pregunta si se lo ha contado al cura. «Yo creo que la cosa no va con ustedes -dice Carmelo- Lo que le molesta al Alcalde es que quieran quitarle a una chavala imponente que se ha traído». «¡Qué asunto más feo! -dice el cabo torciendo el gesto- Razón de más para avisar al cura».
Doña Rocío ha puesto a su hijo a hacer pis. De rodillas a su lado, lira con cierta inquietud. El niño orina impasible sin que su mirada exprese nada. La madre, menos convencida de lo que parecía, le dice: «Porque tú eres sonámbulo, ¿verdad, hijo mío?». El niño no responde. Gutiérrez asoma la cabeza y anuncia que va a darse una vuelta por el Ayuntamiento.
Como en las películas policíacas americanas, esas que se desarrollan en una comisaría y casi siempre de noche, al cabo Gutiérrez no le dan un minuto de respiro. Su hijo le despierta todas las noches, lo que su mujer atribuye a un problema de sonambulismo, pero él, que ha sido formado para pensar que cualquier inocente es un sospechoso potencial, opina que el niño no es sonámbulo, sino que lo que pretende es humillar a sus padres. La cuestión queda sin aclarar, pero Doña Rocío, por si acaso le pone a hacer pis. Al parecer ya se ha dado el caso de que el niño se mee en mitad del salón por falta de atención familiar. Sea como sea, el cabo no tiene tiempo de profundizar en este asunto porque ya hay otro llamando a su puerta. Y ese es de una gravedad social muy superior. El Alcalde se ha ahorcado. Lo que inmediatamente el cabo atribuye al feo, que le han hecho el cura y él no, yendo a recibirle. El caso podría originar, si así fuera, un conflicto de poderes de aquí te espero. Cuando se entera de que el motivo es un enfrentamiento de la autoridad civil con el pueblo llano, su preocupación se acrecienta. Eso podría dar lugar a un levantamiento popular. Y el cabo decide entrar en acción y olvidarse de la calidad de las micciones de su niño.
Otra cuestión es la del mensajero. No deja de llamar la atención que sea el borracho del pueblo el encargado de llamar a la guardia civil y no algún oficial o bedel del Ayuntamiento, ya que el Alcalde ha optado por la acción testimonial frente a la represión de los alborotadores. Carmelo, que se emborracha por las mañanas después de misa, como todos los alcohólicos del pueblo, a estas horas de la noche ya está sereno, aunque quién sabe si no estará desdoblado en otro lugar del pueblo haciendo de las suyas.
En el guión el cabo, incrédulo por lo que le cuenta, le pregunta si no estará borracho, a lo que él contesta: «Sí, pero como me desdoblo, he dejado al otro allí, viendo el espectáculo, y he venido yo aquí sobrio». Gutiérrez le pregunta si ha avisado al cura. «¡Ah, pues no! Ahora mando al borracho. Que se acerque él». Probablemente piense que así se da una ocasión a sí mismo, en su faceta ebria, para echarle un tiento a la garrafa del vino de consagrar
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