También al cura lo han levantado de la cama. El cabo, al que acompañan Bruno, Morencos y Varela, le explica en la iglesia sus razones: «Ya sabe usted que a mi me gusta que me los confiese antes de detenerlos. Así, la parte del alma la llevan resuelta, por lo menos..» El sacerdote puntualiza: «O sea que a éste lo confieso del plagio de Faulkner… (dirigiéndose a Bruno) ¿No podías haber elegido a otro? ¿Y a estos dos también me los va a detener?». «No -contesta el cabo-, a Morencos me lo confiesa porque parece que le pegado un buen repaso al sexto, de pensamiento y de obra. Y con unos resultados tremendos». Morencos ha escuchado al cabo con mirada de niño pillado en falta. El párroco adelanta la confesión y allí mismo empieza a interrogar al sospechoso con la vieja cantinela de los confesores del sadismo de nuestra infancia (Terenci Moix dixit): «¿Qué disparates has hecho?, ¿muchas porquerías…, tactos torpes…rozamientos…?»
En el guión se añadía a los penitentes al bueno de Varela, a quien el cabo le acusa de chivato porque era él quien sacaba a colación el coito prodigioso con Doña Remedios. Por el contrario en la película su única intervención en este bloque es preguntarle al cabo si se dan muchos casos de pleitos entre intelectuales.
Paquito, en calzones largos, también se ha despertado y camina por el pasillo hacia su cuarto cuando lo llama Merceditas: «Tío, ¿qué ha pasado». El sacristán acude a la habitación de su sobrina y mientras le cuenta lo sucedido y, como quien no quiere la cosa, se mete en su cama: «Nada, que el cabo ha traído a Morencos y a bruno para que los confiese Andrés. Parece que el argentino ha plagiado al Faulkner y que a Morencos le ha ardido el culo pensando en una mujer…Por el apasionamiento, parece…. Y luego se ha acostado con otra». «De todas maneras -le dice la muchacha-, para contarme esto, no tenías por qué meterte en mi cama». «¡Ay, qué tonto!, pues si es verdad…, pero ya que estoy aquí…» Paquito se tapa con las sábanas y apaga la luz.
Llama verdaderamente la atención la devoción que todos tienen a Faulkner. Paquito y su sobrina también están en el conocimiento de la gravedad del plagio de Bruno. A juzgar por el minucioso relato del sacristán, o tiene poderes extrasensoriales o ha estado escuchando la conversación de los otros detrás de una puerta. Su información es completa y, sin omitir detalle alguno, se la pasa a la sobrina. La manera de hacerse el loco para acostarse con ella es de una finura extraordinaria. Ni la menor duda, ni el más leve disimulo: entra en el cuarto, va derecho a la cama sin interrumpir su relato y se tumba junto a ella. La leyenda de la sobrina del cura, tan corriente en este país, se transmuta aquí en la leyenda de la sobrina del padre del cura.
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