Paquito, vestido con la sotana roja y el roquete, sale de la iglesia empujando al niño deprimido, al que lleva cogido por el cuello. En un tono muy irritado, le viene diciendo: «Pero, ¿tú no sabes eso de «líbreme Dios de los males físicos que de los espirituales ya me libraré yo»? Lo que pasa es que tú no tienes carácter, ni hombría, ni nada. ¡Hala, vete por ahí a pasear la depresión esa!». Y al tiempo que dice estas palabras, propina al muchacho una patada de tacón. La escena ha sido contemplada, sin ninguna reacción visible, por un pequeño grupo de aspecto foráneo, que encabeza un tipo alto con barba recortada.
Burla burlando, como en las secuencias en que intervenía la colérica mujer del maestro en Total, Cuerda introduce el tema de los malos tratos físicos a los niños, tan frecuente en la educación en los años de postguerra. Si los niños molestaban se les daban capones, pellizcos de monja, azotes o incluso la humillante patada. El sacristán da la vuelta al conocido dicho popular y viene a decir que los males psicológicos, como la depresión de que el niño se queja, no son tales males. Es más, echa mano de otro lugar común: si los hombres no lloran, como se repetía por aquel entonces cuando un niño se echaba a llorar, es lógico que tampoco pueda deprimirse. El llanto y la depresión, que son actitudes de la misma especie, no son de hombres. Los hombres deben tener carácter y esa cualidad impide la depresión. Paquito es un pillo, descreído, machista y aprovechado, y ninguna de estas características estaba mal vista en la sociedad de la época en que Cuerda se inspira. Ni siquiera los visitantes extranjeros tuercen el gesto al ver la brutalidad y el mal tono con que el sacristán despide al niño culpable de depresión.
Los turistas se acercan a Paquito. El hombre alto (Marcos Munfort) lleva en la mano unos prismáticos y un paquete atado con cuerda bajo el brazo. Detrás de él una mujer carga con un triciclo infantil. Como su marido lleva también prismáticos y paquetito. Si nos fijamos en los dos jóvenes de distinto sexo que les acompañan, veremos que también llevan los mismos objetos. Todos se cubren con gabardina. (Luego sabremos que son belgas y en Bélgica llueve mucho. En la mancha, menos. «Bonjour, monsieur. «C’est ici la messe du Pére Andrés?», pregunta el recién llegado. «Oui, monsieur -responde el sacristán políglota (recordemos que Manuel Alexandre también cometía sus atracos en francés en Total)-. Bonjour». El hombre alto pregunta si pueden entrar en la iglesia. Muy educadamente, pero taxativo, Paquito responde: «Ah! C’est complet aujour d’hui le coté des etrangers. Nous avons les disidents des Choeurs de l’Armée Soviétique et les etudiants de l’Université de Eaton. C’est complet. Dommage!». El visitante hace valer sus derechos: «Mais, nous nous sommes des méteréolo- gues belges -y poniendo énfasis en la palabra- catholiques». «Je m’en fous. C’est formidable», contesta el sacristán con plena incoherencia. «Surtout, du point de vue humain», puntualiza el belga. «Exactement», acepta Paquito. «Alors -insiste el visitante-, est-ce qu’on peut entrer?». El sacristán, fiel a si mismo, contesta: «No, mais entrez!». El belga le guiña un ojo y al darle la mano, dice: «Fabiolá». Paquito, complacido por el detalle, responde: «¡Ah, Fabiolá». Los restantes miembros de la familia de metereólogos belgas se despiden del sacristán de idéntica forma y todos utilizan la palabra mágica: «Fabiolá».
Esta segunda parte de la escena muestra, como pocas, el personal humor absurdo de la trilogía y recuerda inevitablemente al Buñuel de El Angel exterminador y El discreto encanto de la burguesía. Pegada literalmente a la bronca al niño deprimido, nos ofrece la cara amable del personaje de Paquito. Unos turistas extranjeros, metereólogos belgas, para más señas, han llegado hasta ese pueblo remoto con la única intención de asistir a una misa del Padre Andrés, cuya fama ha debido trascender más allá de los Pirineos. El hombre alto no pregunta por las condiciones climáticas de la zona, como sería lo más lógico si se tiene en cuenta que ha hecho valer su profesión para acceder a la iglesia. Profesión que parece abarcar también a los otros tres miembros de la expedición y que, tal vez por eso, lleven prismáticos y paquetes -Buñuel, otra vez—, aunque dos de ellos —¿los hijos?— son todavía muy jóvenes. Como es natural, el belga -por cierto, muy bien interpretado por Marcos Monfort, un médico vecino y amigo de Cuerda -se dirige en francés al sacristán. Pero ya resulta más chocante que Paquito le conteste en ese idioma, con mucho acento, pero con pasmosa corrección. Por su respuesta sabemos que en las misas de su hijo hay plazas reservadas con un cupo para los extranjeros, lo que insiste en la importancia internacional que el celebrante ha adquirido. En este momento esas plazas están ya ocupadas por los estudiantes americanos y, de eso nos enteramos ahora, por los disidentes de los coros del Ejército Soviético. El belga utiliza dos añagazas para conseguir un enchufe que salve el impedimento cuasi legal: por un lado dice que son metereólogos belgas pero,¡ojo!, católicos y luego, cuando ya el sacristán se ha ablandado, le lanza ese «Fabiolá», que será para siempre punto de encuentro de españoles y belgas. Paquito responde a su identificación con una frase grosera: «Je m’en fous», sin que eso extrañe a los visitantes, para luego afirmar que «es formidable», aunque no sabemos exactamente qué. ¿Es formidable que se dediquen a la metereología, que sean belgas o que sean católicos? ¿O a lo mejor es formidable que él «s’en fou» de todo eso?. Pero yendo más allá, Cuerda hace decir al belga que es formidable sobre todo desde el punto de vista humano. Este tipo de diálogo emparenta con esos otros que he denominado en algún sitio «diálogos para besugos». En Amanece, que no es poco» se tiene continuamente la sensación de que los personajes hablan, dicen sus frases, sin escuchar a sus interlocutores. El absurdo se cierra con una solución habitual a estos conflictos. El sacristán dice que no pueden entrar porque «c’est complet», pero que pasen. Hay una norma establecida, pero las normas están para no respetarlas. La secuencia es muy divertida, se entronca muy bien en la estructura dramática y es muy definitoria del sentido global de la película.
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