La Padington y Álvarez, cuya familiaridad desconocíamos hasta ahora, van camino de la iglesia hablando de sus cosas. Al fin y al cabo, algo tienen en común. La Padington es la mujer de uno de los más temidos delincuentes del pueblo, el plagiario argentino, y Álvarez es la madre del ladrón de cabras. Los dos forajidos están fuera de la ley por razones artísticas, ya sean la pasión por Faulkner o el amor por las estampas pastoriles bellamente compuestas. «…A mí, hasta ahora, no me lo habían detenido nunca -dice la Padington- O sea, que no tengo costumbre… Por eso te digo que, si cuando pillan a tu Ngé con las cabras, lo retienen o lo sueltan enseguida». Álvarez responde: «Al principio lo llevaban al cuartelillo. Pero ahora, ni eso. Claro que, sacar las cabras al monte para hacer estampas, no es lo mismo que plagiar a Faulkner…».
En el guión la Padington comentaba que Bruno la tenía muy disgustada porque «iqué necesidad tendrá él de escribir ? Con lo que me dejó mi padre, si lo labrara él, en vez de arrendarlo…» Con lo que la Padington establece claramente una preferencia por la profesión de labrador sobre la de escritor. La dedicación a la literatura de Bruno, en su variante del plagio, no puede traerle más que problemas, mientras que las labores de labranza están muy bien valoradas en el pueblo y no tienen más riesgo que la posibilidad de que crezca un hombre en el bancal. Las ganancias, que una y otra profesión pueden proporcionar, no quedan concretadas en la película. Probablemente Bruno reivindique con la literatura su independencia económica y pretenda dejar patente ante los ojos de sus vecinos que no se ha casado por dinero.
La conversación, tal como queda en la película, es un intercambio de las experiencias de estas dos mujeres en sus relaciones con la ley. La Padington confiesa que no tiene costumbre. Los plagios de su marido no habían llegado hasta ahora a producir consecuencias graves. A Álvarez parece que le molesta que ya no den a los robos nocturnos de su hijo negro la importancia que en un primer momento les daban, cuando le llevaban al cuartelillo. Eso sí, advierte a la Padington que la gravedad del asunto de las cabras no tiene comparación posible con el atentado a la sensibilidad popular que supone plagiar a Faulkner.
En la secuencia contrasta la indumentaria de señorona elegante y el clavel blanco en la solapa de la Padington, que lleva bajo el brazo la carpeta donde la vimos anotar las prestaciones sexuales de sus convecinas, con el aire desarreglado e informal de Álvarez con su visera y su toquilla. El estilo interpretativo de cada una de las dos actrices -el perfecto castellano de Aurora Bautista y el tono costumbrista y algo chulesco de Chus Lampreave- funciona en la misma dirección.
Ya cerca de la iglesia, Aurora comenta reconfortada: «¡Cómo huele hoy a lomo de ángel! ¡Huele, hija, huele!». «No tengo humor, madre», contesta Adelaida enfurruñada. Aurora empieza a hartarse de tanto remilgo, por otro lado, tan propio de la adolescencia recién estrenada: «¡Ay, hija, qué sosa y que pava eres!». En realidad, tal como queda esta secuencia no es sino un alargamiento de la de la salida de la casa.
Sobre guión esta breve escena iba montada en paralelo con otra en la que Teodoro comentaba a Jimmy que se quedaría más tranquilo si le contaran al cabo de la Guardia Civil lo del asesinato de su madre. La escena se abría continuando la conversación de Aurora y Adelaida sobre la menstruación: «Ya te dije yo que eran varios días, pero éa que hoy te duele menos que ayer?
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