Esperanzas frustradas

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Aurora y Adelaida están en la habitación de Jimmy y Teodoro, que están terminando de hacer las maletas. La madre, con voz soñadora, pregunta: «¿Mañana, dicen ustedes?». «Si, señora, mañana», contesta Jimmy indiferente. «Pues lo vamos a sentir. Mi hija y yo habíamos pensado comprarnos ropa nueva. Camisones y todo». «¡Qué le vamos a hacer!» -contesta Jimmy- Nosotros hemos votado y nos vamos». «Pero venían ustedes a eso, a votar?», pre­gunta Aurora. «No, no -contesta Jimmy- Vinimos porque nos lo dijo Pepe y porque mi hijo está de año sabático y yo le he comprado una moto con sidecar. Por lo mismo que nos vamos, ea». «¿Y no podían quedarse unos días más?», insiste Aurora. Ante la actitud de Aurora y la reacción algo impaciente de su padre, Teodoro, que ha estado toda la escena muy formalito y callado en segundo término, al lado de Adelaida que le mira con ojos de carnero degollado, saca a la madre al pasillo y en tono muy quedo le advierte: «Mire usted, señora, a mi padre no le lleve la contraria. Se lo digo por su bien. A mi padre, es mejor no llevarle la contraria».

Las tesis de Jimmy han prevalecido sobre las expectativas de Teodoro, que pensaba, al parecer no sin razón, que en esa casa había plan. Una vez que han votado, se marchan del pueblo cuyo porvenir político no debe importarles demasiado. La noticia ha caído como un jarro de agua fría sobre madre e hija, que tenían la esperanza de cubrir sus necesidades senti­mentales con esos forasteros tan simpáticos. Hasta estaban pensando en el ajuar. La insisten­cia de Aurora preocupa a Teodoro, no vaya a ser que su padre pase de la teoría a la práctica y decida darle matarile a esta buena señora. Ese es el sentido de la advertencia del pasillo, que se entendería mejor si se hubiera conservado el final de la secuencia del cuento.

Se ha omitido también aquí una secuencia del guión, continuación y consecuencia de la levi­tación del sacristán y en la que las fuerzas vivas del pueblo han terminado el recuento de votos. En ella aparece Paquito, que se ha atado a la cintura una soga de la que salen varias cuerdas en cuyas puntas hay trabados unos pedruscos imponentes a manera de lastres. El Alcalde le encar­gaba que pregone que vengan todos a la plaza para comunicarles los resultados de las elecciones, incluidos los de la ocupación y los americanos que encuentre.