El Cuerpo Místico de Cristo

Ayna , ,

El cura y su padre están sentados a la mesa. Merceditas, la prima del cura (María Angeles Ariza), sirve un plato de cocido al sacristán. Don Andrés está molesto por el recibimiento al Alcalde. Paquito da consejos a su hijo: «Yo lo único que te digo, hijo, es que te estás signifi­cando». «Hombre -contesta el párroco-, es que si fuera en fiestas señaladas, todavía. Pero ya le ha cogido el gusto y quiere que se le monte el recibimiento cada vez que vuelve de la capi­tal». «Dos veces en lo que va de mes», puntualiza la prima. «Vosotros decid lo que queráis -continúa Paquito, mientras come-, pero de tener un alcalde a favor a tenerlo en contra…». «¿Cómo va a estar en contra? -asegura Don Andrés, que ayuna y para aplacar la bestia hace pajaritas de papel-. No se atreve. La Guardia Civil tampoco sale a recibirlo. Lo tenemos hablado». «Peor me lo pones. A ver si va a creerse que nos queremos meter en una guerra de religión y la cagamos», se queja Paquito. «Pero qué basto eres…» -le riñe Merceditas- ¿No ves que estamos comiendo?.

A la frase de la prima, Cuerda inicia una tanda de planos cortos con la que resuelve el resto de la secuencia. Paquito, aprovecha la referencia a que están comiendo, para preguntar a su padre: «Por cierto, ¿tú cuando ayunas así, como hoy, por los pobres, ellos cómo lo notan?». «Por el Cuerpo Místico de Cristo», responde el cura con aplomo. Paquito no parece muy convencido. «Ya…» Se lo piensa un segundo y continúa: «¿Y no sería mejor que les dieras a los pobres lo que no te comes tú?». «Ese es otro apartado, por así decirlo» -aclara el hijo- Eso es la Santa Limosna». «Ya… Esta mañana he pregonado lo que me has dicho, eso de que Dios es Uno y Trino. Yo creo que no se ha enterado nadie de lo quería decir». Don Andrés, moviendo la cola de la pajarita que ha terminado, responde: «Es que para eso está la fe, padre». El sacristán resume la conversación en estas palabras tan sabias: «Me parece a mí que tenéis un cuajo…»

Las costumbres, formas de vida y prodigios del pueblo de Amanece, que no es poco son originalísimos, pero no lo es tanto la estructura de la sociedad. Los poderes fácticos son los conocidos de siempre: el poder político, el Ejército y la Iglesia, que conviven amistosamente y a veces se enfrentan por cosas sin importancia. Probablemente, el cura que, gracias a sus devotos alzamientos de hostia, es la estrella mediática de la localidad, siente que los viajes del Alcalde y sus tumultuosos recibimientos le están haciendo sombra. A su padre, que en el fondo es pueblo llano, un civil con los trapos de monaguillo y bastante descreído, teme que las maniobras políticas de Don Andrés para disputar la popularidad del Alcalde le pueden per­judicar y utiliza ese término tan habitual en la época franquista, cuando los padres advertían a sus hijos del riesgo de significarse. El cura alega que el Alcalde abusa: una cosa en que en las fiestas significadas se convierta en protagonista y otra muy diferente que organice multitudi­narias exhibiciones de reconocimiento de sus administrados. Y ya se sabe que cuando el poder político se desmanda, la Iglesia y el poder militar se alian para devolver las cosas a su orden natural. Por eso Don Andrés ha pactado con el cabo Gutiérrez una escrupulosa abstención en esos actos populistas. Ellos, de momento, se lavan las manos. Paquito cree que si las cosas llegan a más, asoma las narices nada menos que una guerra de religión. Aunque parezca que Paquito exagera, en ese pueblo todo es posible. La conversación deriva hacia la confrontación teológica. Paquito no entiende la utilidad del ayuno de su padre, que se está privando de un cocido de primera, de la misma manera que no entiendo el misterio de la Santísima Trinidad o el del Cuerpo Místico de Cristo. La Santa Limosna está más al alcance de su entendimiento. Y eso sí, ¡tienen un cuajo…!