Coitus interruptus

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También el cabo Gutiérrez y su señora están haciendo uso del matrimonio. El acto es sor­prendido por la presencia del hijo sonámbulo que contempla la escena impasible desde la puerta de la alcoba. Los dos miran hacia allí con gesto de espanto. Se quedan inmóviles en una postura muy comprometida. «¿Qué hacemos, Rocío?», pregunta el cabo. «No sé -dice ella menos alarmada- Yo creo que seguir». «Yo estoy casi seguro de que no es sonámbulo». «Tú sigue y déjalo», concluye Doña Rocío.

En las películas españolas, a excepción de las de Eloy de la Iglesia, los miembros de la Benemérita no tienen apetitos sexuales. Son buenos o malos según que el director sea Iquino o Pilar Miró, pero lo que dice follar, no folian. Por eso sorprende más esta secuencia en la que se ve al mismísimo cabo Gutiérrez encima del cuerpo de su mujer. El efecto es aún mayor por el hecho de tratarse de un actor como Saza, aunque su mujer esté interpretada por Carmen de Lirio, mito erótico del cine catalán de aquella época de postguerra y protagonista de un hito del cine de Iquino, La pecadora. Es de suponer que si Pascual y Fermín tienen tan bien apren­didas las reglas para el buen holgar, haya sido su superior quien se las haya inculcado. Siguiendo el razonamiento de acuerdo con la lógica subruralista, es presumible que unos momentos antes de que empiece esta secuencia, Gutiérrez haya acariciado con ternura a su señora y que no se haya montado sobre ella de buenas a primeras.

Pero no es eso de lo que se ocupa esta escena, cortita pero muy divertida. El acto ha lle­gado a un momento culminante a juzgar por la insistencia de Doña Rocío de que sigan a lo que están, a pesar de que su hijo sonámbulo está plantado a la puerta de la alcoba. La expre­sión aterrorizada del cabo indica que él no las tiene todas consigo. El es un hombre muy racio­nalista y no acaba de creerse que su niño sea sonámbulo. Eso de presentarse en un momento tan íntimo y delicado aumenta las sospechas de Gutiérrez. El niño los quiere fastidiar y parece que ahora ha encontrado el método adecuado. Es más, aún en el caso de que esté dormido, ¿cómo van a continuar sus juegos amorosos delante de él? Sabido es que en los divanes de los psicoanalistas del mundo entero neuróticos de todas las especies, impotentes y culpables cró­nicos han llegado tras largos años de dolorosa y carísima terapia al descubrimiento de la escena primigenia: todos ellos, siendo bebés y, por tanto inconscientes, vieron a sus padres consumar el acto sexual delante de ellos. Es un dato más, pero que debe pesar en un sub­consciente tan elaborado como el del cabo Gutiérrez. El de su señora es más sencillo. Por eso le dice: «Tú sigue y déjalo». Si al chico le queda algún trauma ya lo solucionará de mayor.