En la habitación que comparten Jimmy y Teodoro, que están metidos en la cama, están también Adelaida y su madre. La niña vieja está sentada al borde de la cama y Aurora, de pie, detrás de ella. Jimmy termina de contarles un cuento: «…Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Y fueron felices y comieron perdices. Y a nosotros nos dieron con la puerta en las narices, señoras mías». «Ea -dice la madre—, pues nosotras nos vamos, que es muy tarde». Adelaida se levanta torpemente de la cama. «Dales buenas noches, hija mía», recomienda la madre. «Buenas noches», dice ella obediente. «Buenas noches», contestan Jimmy y Teodoro. «Que descansen». «Igualmente, señora». Las damas salen.
En el guión, después de que padre e hijo se quedan solos, se producía el siguiente diálogo: «Pues fíjese, padre, me extraña que se hayan ido. Yo estaba seguro de que esta noche la cosa podía ir a más». «Eres muy ingenuo, Teodoro -respondía fimmy-. Con éstas lo veo yo complicado. Los forasteros no les damos seguridad». «No sé, no sé. Yo creo que alarga usted un poco más el cuento y…». «Pero tampoco íbamos a estar aquí hasta el amanecer. Mañana hay que levantarse temprano para ir a votar». Teodoro preguntaba: «¿Nosotros también vamos a votar?». «Anda, claro -contestaba Jimmy- Si van a votar unos valencianos, que he visto yo que venían adrede, y unos cuantos de Andorra, que llegan esta noche, por qué no vamos a votar nosotros?». «En Estados Unidos no te dejan. Yo en Oklahoma no voto». El padre apagaba la bujía y comentaba: «Allí es que son muy roñosos, muy agarrados, muy tacaños…». Teodoro se quedaba callado un momento, como meditando, y luego decía: «Pues dos mujeres aquí nos habían venido divinamente esta noche. ¿Que no, padre?». El padre, moralista, cerraba así la conversación: «Las mujeres son todas malas, hijo. Yo sé lo que hay que hacer con ellas. Lo que pasa es que uno se aguanta. Pero si uno no se aguantara… Con lo malas que son…»
Como ya he comentado, desde El túnel y sobre todo, desde Pares y nones, Cuerda tiende a comenzar las escenas ya avanzadas, sin prólogos ni planteamientos, lo que suele dar mucha agilidad a las narraciones. Aquí nos encontramos con un ejemplo muy ilustrativo al respecto. Jimmy, que ya está acostado al lado de su hijo, termina de contarles un cuento a sus patronas. La situación, que es insólita de por sí, podría haberle hecho caer en la tentación de mostrar el relato del cuento en su integridad o en parte, pero el autor decide empezar la escena por el «colorín, colorado, este cuento se ha acabado». El motivo de inspiración de la secuencia está en la costumbre ancestral de que los padres y madres cuenten a sus hijos pequeños un cuento para ayudarles a conciliar el sueño y potenciar su imaginación. Lo que carece de tradición y no es ya tan habitual es que un inquilino adulto le cuente a su patrona un cuento, aunque ella tenga una hija que acaba de recibir la visita de la primera regla y tenga setenta años. La verdad es que detrás de ello se ocultan sibilinas intenciones de seducir a esas dos mujeres tan peculiares, tal como queda claro en la parte del guión que fue sacrificada en el montaje, lo que es una pena porque el diálogo que se desarrollaba en ella contiene un par de datos de cierta importancia para entender mejor cosas que vendrán después. Es el hijo, Teodoro, quien parecía más interesado en la aventura, que a su entender hubiera sido factible si su padre hubiera alargado el cuento. Y dos mujeres «les habrían venido divinamente esa noche». Lo de contar cuentos es una técnica nueva para ligar que muy bien se le podría haber ocurrido a Resines, pero no en el papel de Teodoro, tan poco ocurrente él, sino a Paco Hernández, el pintor de Pares y nones. En vez de pedir a las chicas que le hagan un café con leche y unos sobados pasiegos, les cuentas Caperucita roja o El sastrecillo valiente. Y eso no falla. Pero a Jimmy le falta la tenacidad y la persistencia de Paco.
La secuencia queda coja porque conserva buena parte de su esencia, pero no la totalidad de su sentido. En el fragmento cortado se descubre que Jimmy no está demasiado interesado en que la técnica de seducción dé resultado. Por la sencilla razón de que todas las mujeres son malas. El instinto natural -piensa él- hace que este dato se olvide a menudo, lo que muchas veces conduce a situaciones de hecho que no tienen vuelta atrás, como el matrimonio, por ejemplo. Pero Jimmy es perro viejo y sabe muy bien lo que hay que hacer con las mujeres: matarlas. Esa idea, formulada por el personaje, de forma indirecta, es la que explica el final de la escena posterior de la despedida, de la que luego hablaré. También se suprime la idea de que Jimmy se cree con derecho a votar y los datos anecdóticos de que a las elecciones de ese pueblo vienen gente a votar de otras ciudades y países porque son casi tan populares como los alzamientos de Don Andrés. Teodoro dice que eso en Oklahoma no es posible. Pero, como dice Jimmy, ya se sabe que los americanos son muy agarrados y lo quieren todo para ellos.
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