La Misa ha terminado. Los feligreses van saliendo de la iglesia justo en el momento en que llega a la plaza del pueblo el guardia Pascual que, indignado, lanza el tricornio al suelo y blasfema: «¡Ni comunión ni leche!». De entre los muchos feligreses, la cámara se queda con dos niños que caminan hacia la escuela. Uno lleva traje campero andaluz y el otro va vestido de asturiano. El del sombrero cordobés le dice al otro: «¿Tú crees que los conocimientos que adquiramos ahora en la escuela, serán de rango inferior a los bienes espirituales que nos han sido dados en la misa?» De nuevo estamos ante una discordancia entre personajes y lenguaje empleado, una de las características de la película y fuente de humor de los diálogos. En este caso, dos niños no mayores de diez años se cuestionan un problema de jerarquías morales entre las enseñanzas espirituales y profanas. El niño vestido de asturiano piensa que, efectivamente, lo que puedan aprender en la escuela no tendrá tanta relevancia como los dones otorgados por el cumplimiento del precepto de oír misa que, como sabemos, en ese pueblo se cumple todos los días. Enseguida veremos que el trajín musical que se trae el maestro es aceptado pero no enteramente compartido por sus alumnos.
Cumplido el susodicho precepto, un grupo de campesinos cogen sus aperos y se disponen a salir al campo a trabajar. Sus voces melodiosas y bien colocadas entonan a coro la letra de un madrigal, como si fueran los enanitos de Blancanieves camino de la faena en el bosque.
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