El viernes pasado viajé (en coche, ya que tenía que transportar a mi madre y no le hace gracia lo del side-car ) a mi querida Saldaña (Palencia) que es una de las cuatro mejores villas de España (junto con Madrid, Bilbao y Torrelaguna). Por la tarde tuvimos el acto de entrega del premio «Javier Cortes», bien merecido, a D. Domiciano Ríos Santos, célebre restaurador arqueológico y mosaísta reputado en toda España. Yo, casualmente, iba vestido con una camiseta de Amanece…, que me da suerte en los viajes. El caso es que estuve todo el rato conteniéndome las ganas de gritar «alcalde, todos somos contingentes pero tú eres necesario» y esas cosas. El alcalde es de confianza pero no la suficiente para ese tipo de manifestaciones. Tendré que sonsacarle para ver si conoce la peli. También estuvo el Sargento de la Benemérita Institución, que no se parecía nada a Saza, salvo en el tricornio. Con él me tuve que contener más todavía; con lo fieros que ellos son… Y lo que era de esperar: el párroco no estuvo; seguro que lo hizo para significarse, peor para él que se perdió la merienda, con goticas y todo. Tampoco hubo monja, como siempre. Transcurrió el finde apaciblemente haciendo esas cosas que hacemos los veraneantes con corazón pueblerino (montar en bicicleta, oler bien, levitar, ya sabéis). Y el sábado por la tarde estuve visitando el huerto de un tractorista y taxista jubilado y reconvertido en viejo labrador, que me regaló varios productos cultivados por él, pero lo más importante y que me llenó de profunda alegría fue que al fondo tenía unos cuantos surcos de, nada más y nada menos, amigos míos, todo tipo de calabazas: las de cantimplora de peregrino, las alargadas para comer, otras pequeñas ornamentales, etc. Todavía no habían crecido lo suficiente, pero estaban brotando divinamente, os lo juro. Ahí también tuve que contenerme para no declarar mi agradecimiento a tan amables hortalizas que daban ejemplo al mundo, no fuera a asustarse mi madre (que no es amanecista, la pobre). Este verano, con la cosecha más crecida, os prometo dar cumplida cuenta de su desarrollo, con fotos incluidas. Y eso es todo.
3 Respuestas para “Cronica de un amanecista tímido.”
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Conociendo al autor, y conociendo como conozco el pueblo mencionado, gracias precisamente a una amable invitación del autor, años ha, puedo afirmar sin temor a equivocarme, que la experiencia hubo de ser ciertamente satisfactoria. Don Diego, ¡qué recuerdos de aquellos fines de semana!. Fueron dos, creo, y desde la visita a la Villa romana de la Olmeda, la recogida, y posterior cocción de setas, la ingesta del Cigales, vino de magnífica entrada en boca, y otras actividades cuyo detalle es impropio de esta página, no hacen sino recordarme que hemos de repetir visita, parada y fonda. Y no lo digo más!
Mi querido amigo, ud. sabe que siempre estará invitado. Ya conoce las peculiaridades de gran valor y el variado folklore de tan noble villa. Ahora incluso tenemos calefacción en la casa, que hay que ser moderno. Iremos, se lo aseguro, además hasta tenemos un compañero amanecista (D. Manuel Ortuño, el que tiene a la diosa Artemisa, o Diana para los romanos, en su caralibro) que también lleva tan pintoresca comarca en el corazón junto con su calabaza correspondiente.
Estas cosas que usted relata tan divinamente nos pasan mucho a todos, que tenemos que contener nuestra fe, así, como los primeros cristianos en las catacumbas, no podemos gritar a los cuatro vientos ¡calabazas os llevo en el corazón!