En el Ayuntamiento hay una novedad. Junto al Alcalde, se ha ahorcado Ngé Ndomo. Están los dos conversando como si estuvieran sentados en una mesa del café. «No, hijo, si yo te lo agradezco -le dice el Alcalde con la voz estrangulada—. Ya sé que lo haces para que no esté solo». «La soledad es muy mala, señor alcalde -responde Ndomo- A no ser que le moleste que, siendo yo negro…» El Alcalde le interrumpe: «No, hombre, no, ¡qué disparate! ¿No estuvo Jesucristo en el Gólgota clavado entre dos ladrones? Aparte de que hoy se tiene un respeto imponente por las minorías étnicas. Por eso me extraña que quieras colgarte conmigo. A ti, en el fondo, no te falta de nada…, hasta tienes una novia guapísima… Y blanca». «Como usted sabe -dice Ngé, a la alusión del muñí cipe sobre su noviazgo adulterino-, la Gabriela está casada con Carmelo, el borracho, que por culpa del alcohol o por inhibiciones de tipo psicológico, padece una impotentia coeundi de mil pares de cojones… Pero, como el cura entiende que ésa puede ser una situación reversible…, pues no cancela el matrimonio para que nosotros podamos legalizar nuestra situación». A tan detallada demostración de su conocimiento del Derecho Canónico, el Alcalde no dice nada. Simplemente le pregunta si tiene tabaco.
Al parecer, el negro se ha ahorcado como un acto de caridad, más que de solidaridad, hacia el Alcalde. Ha debido pensar que, al ser el único ahorcado de la reunión, se sentiría solo. No sabemos cómo habrá conseguido hacerlo delante de los mozos que siguen pendientes de la situación, aunque es probable que, al ser él negro, los paisanos no habrán dado mucha importancia a su decisión. Mucho más grave es que se haya ahorcado el Alcalde y de momento, nadie ha hecho nada para descolgarle. También se puede entender que Ngé se ha ahorcado por su delicada situación familiar, la inquina de su tío y la actitud castradora de su madre, o los bajísimos índices de audiencia de sus estampas bucólicas. Pero la cuestión racial planea sobre esta secuencia. Él mismo se la plantea al Alcalde cuando indirectamente, le pregunta si le moleste que un negro se ahorque a su lado. La respuesta del Alcalde no puede ser más clara: Si Jesucristo murió entre dos ladrones, él puede ahorcarse junto a un negro. La identificación del Alcalde con Jesucristo indica en él una cierta megalomanía, la de Ngé con los ladrones es un síntoma de racismo inconfundible, que ratificará después admirándose de que el negro tenga una novia guapísima y blanca. Aunque, eso sí, en ese pueblo, como ya ha dicho la propia Gabriela, hay un gran respeto por las minorías étnicas. En resúmen el Alcalde no entiende las razones de Ngé para colgarse. La explicación que él le da no alude a ninguno de los motivos antes sugeridos. El problema de Ngé es que no consigue la nulidad del matrimonio de su novia porque el cura piensa que Carmelo, su marido, puede curarse de su impotentia coeundi.
Este término que procede del Derecho Canónico me trae a la memoria una historia que me voy a permitir contar. Cuando yo estudiaba Derecho, el catedrático de la materia, Don José Maldonado, un hombre de acendradas creencias religiosas, tenía la costumbre de echar a las chicas de clase la mañana en que explicaba el impedimento de impotencia como causa de nulidad matrimonial. Por motivos morales, supongo. Algunos de mis compañeros menos concienzudos pensaron que, al haber sido expulsadas las damas de aquella explicación, había escasísimas posibilidades de que aquel hombre santo pusiera esa pregunta en el examen, por lo que arriesgarían poco saltándosela. Cuando llegó la prueba final, Don José dijo: «Segunda pregunta: para las señoritas, el impedimento de consanguinidad. Para los señores, el impedimento de impotencia». Aquel hombre era un caballero.
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