Unos consejos para mejor gozar del coito furtivo

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Fermín y Pascual están patrullando por el campo. En la oscuridad de la noche, una pareja de enamorados está metiéndose mano. Pascual, indignado, se acerca a ellos:»¡Alto ahí!, ¿qué es eso?, ¿qué están haciendo?». La pareja se separa y el muchacho hace el gesto obsceno de fornicar. «Eso es -le riñe Pascual-, Sin preparar, sin nada, a lo bruto». «Pero no ves que la muchacha así no va a disfrutar? -dice Fermín-, Esos hay que prepararlo un poco: unas cari­cias, unos besos aquí y allá… No sé, icoño!, lo que se dice una preparación»: «¡Claro, animal!», insiste Pascual. «Pues ésta y yo normalmente lo hacemos así», se disculpa el zagal. «Venga, venga -le dice Fermín- Acaríciala un poco y aprende a hacer las cosas como Dios manda. ¡Pero pijo!». «Nosotros nos volvemos de espaldas para que estéis más a gusto», termina Pas­cual. Los muchachos vuelven a lo suyo y los guardias, cumpliendo con su compromiso, les dan la espalda. Pascual pregunta: «¿Te está acariciando?». «Sí», contesta la chica. «¿Y a que es mejor?». «¡Dónde va a parar! Mucho mejor», asegura ella.

Los más viejos del lugar recuerdan que en los años del franquismo se practicaba con grave riesgo de multa y escándalo público el coito furtivo. Los jóvenes copulaban en los parques, bajo los pinos, en la estrechez de los seiscientos y allí donde el apuro les acuciaba. Con cierta y temida frecuencia aparecían los defensores del orden público e interrumpían el acto con las consecuencias de todos conocidas. Los guardias civiles en las zonas rurales, los municipales en las ciudades, los guardas en los jardines públicos, los porteros en las casas, los serenos en los portales, y los grises en todas partes, eran el terror de las chicas y de los chicos. Vergüenza, humillación, multa, unas horas en la comisaría más próxima y la inevitable comunicación a los padres, que pensaban que sus hijos habían ido a ver 101 Dálmatas, eran el saldo que se pagaba por la transgresión de las buenas costumbres.

Fermín y Pascual han descubierto a una de estas parejas furtivas que intentan consumar su deseo en las afueras del pueblo. Pero -ya lo han dicho sus mujeres en la asamblea- ahora hay mucho ambiente, probablemente por la afluencia turística, y los defensores de la ley han aprendido a comportarse de forma muy distintas a la de aquellos esbirros de Don Blas Pérez, Don Camilio Alonso Vega o Don Carlos Arias Navarro, que en paz descansen. Dan el alto a los pecadores pero no por estar haciendo porquerías sino porque las están haciendo de forma inadecuada. El coito, por muy furtivo que sea, debe hacerse como Dios manda porque es una cosa muy seria, que requiere su tiempo, sus pasos contados y su técnica. No es recomendable la penetración por las buenas y a lo bruto, porque si este sistema puede complacer al varón, la hembra va a quedar indefectiblemente insatisfecha. Por eso, Pascual y Fermín se enfadan sobre todo con el chico sorprendido en calzones. Por falta de tacto. Pero, una vez superada ese primer impulso de indignación, generosamente le ofrecen sus consejos para que vuelva a empezar. «Acaricíala», le dicen. Ellos, muy discretamente, se dan la vuelta, pero no renuncian a comprobar que el chico está siguiendo sus recomendaciones y que eso colma las expectati­vas de su novia. Todo esto hace pensar que las mujeres de los guardias, tan pazguatas ellas, tienen en sus casas dos hombres de cuerpo entero, fieros pero sentimentales.