Una nodriza turgente

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Tal como estaba anunciado, a las doce de la mañana todo el pueblo se ha congregado en la plaza. Los sudamericanos pasean en bicicleta y los belgas se confunden con el gentío. En el balcón del Ayuntamiento, el Alcalde, siempre con su traje blanco y su brazal de luto, intenta poner orden y silencio. La Susan está a su lado, fresca y turgente. «¡Callarse, callarse un momento, para que se me oiga bien!». Finalmente todos guardan silencio. «¿Os acordáis de lo que estábamos haciendo el 24 de Agosto de 1947? -pregunta el Alcalde- Pues, ¡hala!, ¡a hacer lo mismo!, ¡a hacer flash-back!». A las palabras del Alcalde, como por arte de magia, los belgas desaparecen. Un paisano grita: «¡Que se ha cargado usted a los belgas, alcalde!». «Callarse, venga». El Hombre Razonable, que no quiso dar posada a Jimmy y a su hijo, comenta con un compañero: «Como en el año 47 estarían en Bélgica, pues allí se han tenido que ir». El otro añade: ¡Que gente tan formal!».

Los americanos, por el contrario, no han desaparecido. Su líder lo está comentando ahora con un paleto boquiabierto: «Cuando nosotros notamos, como hace un ratito, que algo, you know, nos empuja en presión para irnos, nos concentramos por la técnica del camero, que se llama, o también de «no go home», y nos quedamos sin irnos».

Otro lugareño joven le consulta su problema al alcalde: «Yo en el año 47 era niño de teta y se me ha muerto mi madre. En algún sitio tendría yo que mamar, alcalde. No sé si me entiende lo que le quiero decir». EL Alcalde hace oídos sordos a la indirecta. «¡Venga, venga, dejaros de tonterías y a hacer flash-back!». «Queremos la muchacha y déjese de historias», dice otro chaval. «Que no me quiero enfadar, que no me quiero enfadar…», repite el munícipe, ya no tan «por antonomasia». «Déjeme tocarla para ver si está turgente de verdad», dice un tercero. «Que a usted le sobra mujer, no sea farolero», añade un cuarto. Interviene luego una mujer: «Venga, alcalde, no te enfades y déjales a la muchacha». «Vosotros sois unos salvajes- contesta muy enfadado el Alcalde- y os vais a acordar de ésta como no hagáis inmediatamente flash-back». El jefe de los estudiantes de Eaton intenta sublevar a los paisanos y grita: «¡Este alcalde nos toca las pelotas!». Luego se cerciora de la corrección de su grito ritual y pregunta al paleto: «¿Se dice así?, ¿se dice «nos toca las pelotas»?». El paleto asiente. «¡Oh, si, oh, bien!». Ahora la reivindicación se ha generalizado y todos los mozos corean al tiempo: «¡Que­remos la muchacha, para ponernos ciegos, y para que ella se entere, de lo que es bueno!» «Pues ni muchacha, ni nada -responde el Alcalde-, y pongo mi cargo a disposición del pueblo sobe­rano. ¿Me habéis oído?» «Pero, Alcalde, ¿es que se ha vuelto loco? -protesta un vecino-, Habrá que hacer campaña, pegar carteles…». «Tampoco somos tantos -dice el interpelado-, el que quiera hacer campaña, que la haga esta tarde. Cárteles, no quiero ver ni uno, que ya nos conocemos todos la jeta. Así que nada de carteles».

De la iglesia sale el cura: «¡Eh, vosotros, venid aquí!». Los paisanos se acercan a Don Andrés. «Que me he enterado de que mañana hay elecciones. Bueno, pues si mañana hay elec­ciones, esta tarde, a las siete, hay rogativas. Os quiero ver a todos aquí, en la puerta de la igle­sia a las siete en punto. Y no lo digo más»

El bloque que antecede contiene una de las ideas más audaces de la película. Como sabe cualquier buen aficionado, el flash-back es una técnica de representación del pasado dentro del tiempo fílmico. Es decir, introducir en la narración que sigue el curso natural del tiempo una o varias escenas que tuvieron lugar en el pasado. El cine clásico utilizó el flashback con profusión, unas veces de forma muy elemental, pero otras, dando lugar a muy avanzadas estructuras temporales, como en los casos de Ciudadano Kane, Laura, Eva al desnudo o Ras- homon. A partir de la aparición de las primeras películas de Alain Resnais (.Hiroshima, mon amour y El año pasado en Marienbad), la alternancia temporal se ha convertido en una prác­tica habitual en el cine moderno y la profundización en ellas ha llevado a logros tan conoci­dos como Dos en la carretera o muchas de las películas de Woody Alien. De manera que los actuales cineastas mezclan los tiempos con una absoluta libertad y prescindiendo de aquellos viejos signos de puntuación, que avisaban al espectador que el personaje comenzaba a recor­dar o que la narración saltaba al pasado.

Cuerda evoca este recurso narrativo con evidente desparpajo. Lejos de representar el pasado de alguno de los personajes, lo que hubiera sido perfectamente posible en muchos momentos de la narración (el pasado de hombre que ríe de Teodoro en el campus de Okla- homa, el asesinato de su madre y la posterior confesión de Jimmy a la policía en Madrid, las aventuras galantes de Garcinuño en el siglo XVIII, la seducción de Alvarez por el padre de Ngé, etc…) que son narrados verbalmente por sus protagonistas, el autor hace que sea el Alcalde quien organice el flash-back cuando y donde le viene en gana. El flash-back de Ama­nece, que no es poco consiste en una concentración de vecinos en la plaza del pueblo que, a la orden del Alcalde, tienen qué volver al momento del pasado por él indicado, lo que provoca los consiguientes trastornos. Constituye un prodigio más de los que son frecuentes en ese lugar. Pero, a pesar de la probada receptividad de los vecinos con otros prodigios, como los hombres que brotan, el desdoblamiento de Carmelo, los partos instantáneos de Doña Reme­dios o el olor a lomo de ángel de los sudamericanos, éste es un prodigio que les molesta.

Esta vez el Alcalde ha elegido el año 47 y la primera consecuencia del flash-back es la desa­parición de los belgas, que regresan a su tierra con escrupulosa disciplina porque en el año invo­cado por el munícipe no estaban allí, actitud que es valorada muy positivamente, como signo de inequívoca formalidad, por parte de uno de los lugareños. Por el contrario, los estudiantes de Eaton, que en 1947, además de no haber nacido todavía, los espermatozoides y los óvulos que les darían la vida estaban ubicados por aquel entonces en algún lugar perdido de la extensa geografía de América del Norte, deciden quedarse por pura suspicacia y natural recelo. Como bien dice su líder, ellos están acostumbrados a intervenir en situaciones y conflictos muy varia­dos y en diferentes países, en los que, tarde o temprano, alguien les lanza el grito de «go home!». Y entonces ellos adopta la técnica del carnero. Se agrupan y se quedan. «Nos queda­mos sin irnos», dice muy gráficamente el estudiante, una frase de múltiples significados.

Hacer flash-back, como en una película, requiere nuevas localizaciones, ambientación de otra época, e incluso entrada de otros personajes que o han muerto o han desaparecido del lugar en el que los personajes están en el presente. Ese es el problema que objeta al Alcalde un muchacho. En el año 47 era un lactante. Pero su madre no sólo no está allí, sino que ha muerto. En las películas este problema se soluciona sin mayores quebraderos de cabeza. Hay una actriz, probablemente de parecida edad a la que el tiempo presente tendría el protagonista, que encarna el papel de la madre, y hay también un bebé actor, que obviamente no es el pro­tagonista, sino un recién nacido que tiene veintitantos años menos que él, pero que lo repre­senta en ese pasado La convención funciona y el espectador entiende perfectamente que ese niño es la misma persona que el héroe de la película y que su madre muerta revive en el rostro y el cuerpo de la actriz que la interpreta, que mientras está en la pantalla revive. Pero en los flash-backs del Alcalde, que se realizan en el acto y sin presupuesto para contratar actores que releven a los ausentes o fallecidos, la cosa no acaba de funcionar. Quedan flecos. El chico interpelante reclama que alguien le dé de mamar. Pero la objección de este personaje a punto de quedarse sin flash-back no pertenece al dominio de la cosmología, sino más bien es una chufla al Alcalde, una indirecta que se refiere a los pronunciados pectorales de su novia, la Susan, que le acompaña en el balcón del Ayuntamiento. Muy finamente, el reclamante sugiere que, puesto que alguien le tiene que dar de mamar para mayor rigor del flash-back, ¿por qué no la Susan que daría muy bien las características aparenciales del personaje?

La intervención de este espontáneo cambia inmediatamente el signo de la secuencia. Así ni hay quien haga flash-back. Los mozos se revuelven contra el Alcalde y le exigen que les deje disfrutar de la muchacha, y hasta hay uno que, como Santo Tomás, quiere probar con sus pro­pias manos si la muchacha está turgente. El jefe de los estudiantes de Eaton, que debe estar haciendo méritos para entrar en la CIA, aprovecha la excitación sexual de la clase proletaria para levantar los ánimos y lanzar el grito de guerra: «¡Este alcalde nos toca las pelotas!», que muy bien puede traducirse, por ejemplo, por «¡Noriega nos toca las pelotas!». Aunque esto lo estaría gritando en ese momento algún otro compañero mejor situado. Ya se sabe que, a río revuelto, ganancia de pescadores.

Esta idea de hacer flash-back podría haber dado más juego en la película, pero la reclama­ción popular los impide. Efectivamente, a quien le han tocado las pelotas es al Alcalde, que reacciona de forma visceral dimitiendo y convocando elecciones para el día siguiente, sin cam­paña porque todos se conocen muy bien y sin carteles porque todos se tienen vistas las jetas. Lo cual es absolutamente cierto a juzgar por muchas de las conversaciones que hemos oído, que dejan claro que en ese pueblo nadie da un paso sin que los demás se enteren. La prueba es que Don Andrés, que lo más seguro es que estaría en la sacristía, sale sin tardanza con toda la información sobre lo sucedido en la plaza. Y si hay elecciones mañana, él convoca rogativas esa tarde. En el pueblo no solo da órdenes el Alcalde. Las rogativas del cura son obligatorias.

Haciendo un flash-forward, es decir, un salto adelante, me atrevo a proponer la semejanza de esta secuencia con la de la organización del Apocalipsis en Así en el cielo como en la tierra, aunque Dios Padre tiene muchos más medios que este alcalde manchego.