Jimmy y Teodoro han llegado a las puertas del pueblo. Las calles están desiertas. «¡Aquí no hay ni Dios!», comenta Jimmy enfadado. «O a lo mejor es que todos son unos hijos de puta… Puede que sean unos hijos de puta que se hacen pasar por fantasmas». Teodoro, que comprueba algo en el mapa con gesto desconcertado, no sabe qué responder. «Pues, desde luego, padre, éste es el pueblo que nos ha dicho Pepe». Pone en marcha la moto. No deja de ser curioso, por casual que sea, que muchos años más tarde Cuerda produjera «Abre los ojos» de Alejandro Amenábar, cuya escena más emblemática fuera el descubrimiento de su protagonista (Eduardo Noriega) de la Gran Vía completamente desierta en horario laborable.
El guardia Pascual (Ovidi Montllor), fusil al hombro, se cruza en su camino. Va corriendo y sujetándose el tricornio para que no se le caiga: «Ya no llego ni a comulgar», comenta muy abrumado. Jimmy no puede reprimir la sorpresa: «Mira, un guardia civil que se persigue», comentario muy absurdamente coherente. Un guardia corre persiguiendo a los malhechores, luego si no hay malhechores y corre es que se persigue a sí mismo. Acto seguido aparece un negro, Ngé Ndomo (Samuel Claxton), que camina hacia ellos haciendo eses, como si disfrutara de esta extraña forma de paseo. Lleva el torso cubierto tan sólo por una pelliza de piel de oveja sin mangas ni botonadura, por lo que brazos y pecho quedan al descubierto. Se apoya en una vara. Es casi seguro que Cuerda tomó esta idea de una de sus películas preferidas, el de Luis Buñuel, en cuya secuencia final, el protagonista Francisco Galván (Arturo de Córdova), supuestamente curado de su paranoia de celos, se pierde por el jardín del convento donde se halla recluido caminando en zig zag.
Jimmy le increpa y se dirige a él en un inglés imposible, tal vez por su condición de negro puesto que están en un pueblo de la Mancha y, presumiblemente, sus habitantes hablarán castellano. «Good Morning. My ñame is Jimmy». Inmediatamente traduce: «Mi nombre es Jimmy. ¿Habla usted español?» «Es lo único que hablo», responde modestamente Ngé. Jimmy retoma la conversación desde el principio: «Yo me llamo Jimmy y mi hijo se llama Teodoro». Ngé dice su nombre africano. Jimmy continúa poniéndole en antecedentes en el mismo tono didáctico, marcando mucho las palabras, desconfiando de que el negro le entienda por más que no tenga otro idioma que el español: «Mi hijo es ingeniero y da clases en Oklahoma. Ha venido de año sabático. Ya sabe lo que es, trabajar seis años y descansar uno. Yo soy su representante». Teodoro mira a su padre estupefacto. Ngé da la mano a Teodoro: «Tanto gusto. ¿Y cómo les va a los compañeros por Oklahoma, siguen con el algodón?». Teodoro, que no pierde el gesto de perplejidad responde: «Bueno, yo es que estoy muy centrado en la universidad y no sabría decirle, francamente». Más adelante veremos que Teodoro, a pesar de su cátedra en Oklahoma, no sabe una palabra de nada, mientras que Morencos, que solo es un labrador es el más reputado intelectual de la comarca. La pregunta de Ngé asocia a la totalidad de la población negra de Oklahoma con los negros de Alabama que seguramente no ha visto más que en las películas americanas.
«¿Pero, usted, Ngé de dónde es?», pregunta Jimmy con cordialidad. «Yo he nacido en este pueblo». «Pero, ¿estamos en un poblado negro?», pregunta alarmado Jimmy «¡Qué va, hombre, qué va! Aquí el único negro soy yo. Yo heredé de mi padre el nombre, la raza y el acento; y de mi madre, los dos apellidos y el lugar de nacimiento. Y que tengo muy buen fondo, igual que ella», se explica Ngé. «¿Y dónde está el resto del pueblo?». «¡Ah, en Misa!». «Pero, ¿es que hoy es domingo?» «No -responde el negro- es que aquí se va a Misa todos los días, no hace falta que sea domingo. Yo no voy porque soy catecúmeno y no me dejan entrar»
La secuencia del encuentro de los forasteros con Ngé incide en definición de la extraña relación entre padre e hijo. Mientras Jimmy lleva en todo momento la voz cantante y es quien tiene las ocurrencias por peregrinas que éstas sean, Teodoro está siempre alelado. El padre es quien subraya la extrañeza que le produce el pueblo vacío, otra situación muy común en el western, género en el que hemos visto cómo la mayoría del pueblo se encamina a la iglesia en construcción (por ejemplo, en Pasión de los fuertes de John Ford) o se han recluido en sus casas por temor a un duelo o las calles están desiertas porque se celebra un linchamiento o un entierro. También es Jimmy quien hace notar la anormalidad que supone que el guardia civil se persiga o que el único habitante que parece existir en un pueblo de Albacete sea un negro extrañamente vestido, aunque no le llame especialmente la atención que pasee haciendo eses. Superada la perplejidad que estos hechos le producen, es igualmente el padre quien entabla conversación con Ngé, mientras que Teodoro no tiene respuesta a su pregunta. Por su parte, el negro desvela tan solo una parte de sus orígenes sin contar por el momento la historia de cómo vino al mundo y adonde fue a parar el padre que le legó el nombre, la raza y el acento. Aunque, si tomamos este último dato en cuenta, habrá que convenir que el padre de Ngé era un cubano con nombre africano. Ngé, que se siente marginado en el pueblo y a los cuarenta años sigue sin bautizar y, por tanto, sin poder entrar en la iglesia, sigue considerando que los esclavos americanos son sus compañeros.
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