Rogativas

Molinicos , , , , , ,

En la plaza del pueblo han empezado las rogativas. Los vecinos dan vueltas ordenada­mente a la plaza rezando en voz alta el rosario. La mayor parte de los personajes están allí congregados. El padre Andrés, vestido con la casulla de las fiestas y con el bonete en la cabeza, preside el rezo de las letanías: «Letanías de los que están en los cielos. Por los querubines». Todos contestan: «Dadnos, santos del cielo, claridad de juicio». «Por los serafines». «Dadnos, santos del cielo, rigor científico». «Por los tronos». «Dadnos, santos del cielo, un cuerpo de doctrina». «Por las dominaciones». «Dadnos, santos del cielo, mucho discernimiento». «Por las virtudes». «Dadnos, santos del cielo, la capacidad de relativizar». «Por las potencias». «Dadnos, santos del cielo, una visión global bastante aproximada».

La procesión queda interrumpida por una tronada a la que inmediatamente sigue una gra­nizada de arroz. La gente se resguarda debajo de los aleros y en los soportales. Unos campe­sinos han cogido un puñado de arroz. «Parece bueno, ¿eh?», dice uno. «Yo creo que de Calafarra, fíjate lo que te digo», dice otro. El Hombre razonable pregunta: «¿Os acordáis del año que nos mandaron los santos conformidad?». «¡Toma que si me acuerdo! Como que nos quedamos todos que lo mismo nos daba un so que un arre». «Mejor este arroz», añade otro. «Y los higos -dice el Viejo Labrador mirando al cielo- Si echaran higos…»

La disciplina de los habitantes del pueblo ha sido puesta a prueba por la convocatoria del cura. Después de que han pasado la noche en vela pendientes de si se ahorcaba o no se ahor­caba el procer y que han perdido la mañana intentando hacer flash-backs que en la mayoría de los casos eran imposibles de financiar y ambientar debidamente, también por un capricho del alcalde, ahora han acudido como un solo hombre y con sus mejores galas a las rogativas de Don Andrés. Y eso que hoy es jornada de reflexión. Tampoco han faltado a la cita las autori­dades civil y militar. El Alcalde con la Susan y Gutiérrez con Doña Rocío.

Las rogativas, en este caso, van dirigidas a que conseguir que los santos del cielo les pro­porcionen una serie de dones morales e intelectuales que les permitan votar concienzuda­mente y que la jornada electoral sea así un éxito. Es una idea brillante. Si cada vez que hay elecciones el cuerpo electoral consiguiera ser iluminado por las fuerzas celestiales, no llega­rían al poder personajes tan incapaces, tan fanáticos o tan rapaces como los que a menudo se hacen con el poder en Aína, en Buenos Aires o en Oklahoma. Con buen criterio los lugare­ños reclaman claridad de juicio, rigor científico, un cuerpo de doctrina y capacidad de relati­vizar para poder decidir si reeligen a Mercedes como puta o a, por ejemplo, Teodoro como tonto del pueblo. Pero si los designios de Dios son insondables, los de los santos del cielo son impredecibles. Y unas veces les mandan conformidad para que aguanten las manías del Alcalde de por vida y otras higos, o al menos eso le gustaría al Viejo Labrador que se relame de gusto ante tal eventualidad. Esta vez los santos organizan una tormenta de mil demonios y una gra­nizada de arroz, que tan importantes señores han bajado a cultivar en Calafarra, si atendemos al experto dictámen de uno de los paletos allí congregados, lo que, desde luego, tiene su mérito. Como todavía les queda algo de conformidad de la que les enviaron hace unos años, los vecinos del pueblo aceptan el arroz con buena cara.