Oración a la calabaza

Ayna ,

El Viejo Labrador está liando un cigarrillo sentado frente a una calabaza plantada en su huerto. A su lado pasa con mucha prisa Nacho (Guillermo Montesinos), un muchacho que camina hacia el monte. El hombre le pregunta: «¿Qué, a lo tuyo?». El chico contesta sin dete­nerse: «Vamos a ello». «Pues que haya suerte», le desea el labrador. El caminante responde con un gruñido que delata sus escasas esperanzas. El Viejo Labrador se queda sólo frente a la cala­baza y, mirándola con sentimiento, desgrana su monólogo cotidiano: «Calabaza, se acaba un nuevo día y, como todas las tardes, quiero despedirme de ti. Quiero despedirme y darte las gracias una vez más por seguir con nosotros. Tú, que podías estar en la mesa de los ricos y de los poderosos, has elegido el humilde bancal de un pobre viejo para dar ejemplo al mundo. Yo no puedo olvidar que en los momentos más difíciles de mi vida, cuando mi hermana se quedó preñada del negro o cuando me caparon el hurón a mala leche, sólo tú prestabas oídos a mis quejas e iluminabas mi camino. Calabaza, yo te llevo en el corazón…».

Esta es otra de las secuencias más definitorias de la película y también una de las más con­seguidas, tanto por su sencillez como por la veracidad que imprime el actor Alberto Bové a su insólito parlamento. En su primera parte la escena presenta a un singular personaje episódico que se dirige a cumplir un deber no concretado, que aborda cada anochecer sin demasiada convicción. Va lo suyo, pero duda mucho que la suerte le acompañe. En la segunda, el Viejo Labrador habla con su calabaza (que en el guión era una coliflor). A nadie se le oculta que el motivo de inspiración de esta situación está en los monólogos de algunos personajes de John Ford con sus parientes ya fallecidos ante la tumba, como la celebérrima de Henry Fonda en Pasión de los fuertes tras la muerte de su hermano a manos de los Clanton. Los héroes de Ford hablan con ellos como si estuvieran vivos, les cuentan cómo van las cosas, les hablan de sus proyectos. Lo mismo hace el Viejo Labrador con su calabaza a la que agradece su fidelidad y, utilizando palabras de la tradición cristiana que refieren la generosidad de Jesús al nacer en un mísero establo prefiriéndolo a la opulencia de los ricos, su abnegación al permanecer al lado de un pobre viejo desdentado, sin un céntimo y con un sobrino negro. A su parentesco con Álvarez y Ngé hace alusión también el monólogo. Para él, el paso del padre de Ngé por el pueblo trajo funestas consecuencias y por ello recuerda el momento en que su hermana quedó preñada como algo tan doloroso por lo menos como la violencia que sufrió su hurón en sus partes íntimas. La calabaza ha sido su confidente y su pervivencia le consuela. Cuerda consi­gue aquí combinar emoción y humor con mano maestra. El Viejo Labrador, como otros per­sonajes de la película, mezcla en su lenguaje términos hoy poco frecuentados (el verbo «preñar», por ejemplo), con otros de contenido poético («iluminabas mi camino») o groseros («mala leche»). Y, a pesar de ser un hombre muy primario, como le dijo al chico de Eaton, construye frases muy elaboradas («Tú, que podías estar en la mesa de los ricos…»). No sería excesivo decir que esta secuencia tan chusca trata sobre la soledad en la vejez.