Luz de Agosto

Ayna , , ,

Sentado en una mesa del café, acompañado por la cálida melodía de la soprano, Moren­cos lee la novela de Bruno, que le observa acodado en la barra y sin prestar mayor atención al pobre Varela. Entran ahora los estudiantes de Eaton, que se acercan a ellos. El líder, con su fuerte acento yanqui les dice: «Nosotros… estamos con vosotros… para ver cómo hacen… lo que sigue en estos momentos de después». «Me parece mal», responde el escritor. «Es igual», dice el cabecilla. Sin dar importancia a su presencia, el huérfano pregunta: «¿Me vas a dejar a mi leer la novela?». El argentino ni siquiera se dignan mirarlo: «No, no te voy a dejar… ¿Vos sós intelectual?… Pues entonces, ¿para qué te la voy a dejar?, ¿para que me la leas mal y me la jodas». Varela, que a pesar suyo conserva cierto apego a la lógica tradicional, argumenta que a la novela no le va a pasar nada porque él la lea. Pero Bruno no le deja acabar: «¡Que te lo has creído!. No será la primera novela que se estropea por leerla mal…»Varela dice que nunca había oído eso. «Porque no eres un intelectual». El de Eaton interviene entusiasmado: «Nos ha gus­tado mucho la manera y el modo de cómo han discutido la discusión. ¿You know? Todos la hemos admirado… la manera… ¿you know?, porque ha habido mucha naturalidad…, ¿you know?… y las pausas, ¿you know?… es muy bien… y el tono…es muy bien. ¡Oh, si!» Varela comenta: «No entiendo nada». « ¿Y a vos no se te había muerto el padre hoy?», le pregunta el escritor. «Si, hace un rato». «¿Y qué haces que no estás velándolo?». «No, no -contesta Varela aplicando un asombroso sentido común- Es mejor dejarlo solo. Lo digo por pudor. A mí, si estuviera muerto, me daría mucha vergüenza tener allí a todos los amigos mirándome y yo sin vida…»

Morencos ha terminado de leer la novela y se acerca a la barra, donde Bruno espera inquieto su dictámen. Algo en su mirada provoca nuestra intriga. «¿Que te parece?», se atreve a preguntar tímidamente el novelista al labrador intelectual y fecundo. «Excepcional», con­testa Morencos. Nuevamente, el estudiante interrumpe la conversación ante la indignación de Bruno: «Ahora… no vamos a interrumpir ni nada por mucho respeto de la situación del hablar de ustedes». «Pero no sea boludo, ché, cállese la boca». El chico insiste: «Ahora… callados jóvenes estudiantes para respeto del hablar de ustedes». Bruno repite su pregunta a Moren­cos: «Bueno, decíme, ¿que te ha parecido». «Excepcional», A Bruno se le iluminan los ojos, no se lo puede creer: «¿De veras?». Morencos le dirige una mirada que tiene algo de reproche, pero también de condescendencia: «¡Bueno, ya está bien!, eso lo sabes tú mejor que yo». «No -se explica el escritor- no es lo mismo, porque a veces el autor…». «¿El autor?», repite Moren­cos con cierta sorna.

También esta secuencia ha sido muy enriquecida en el rodaje con el añadido de los comenta­rios del portavoz de los estudiantes americanos, que no figuraban en el guión y que van punte­ando las réplicas de Bruno y Varela lo que confiere a la escena el tiempo y el ritmo adecuado.

Estamos ante otra situación que rompe las leyes del tiempo. Morencos, cuyo criterio lite­rario es muy valorado en el pueblo, tiene que leer la novela de Bruno inmediatamente después de dársela, porque las novelas hay que leerlas en su momento. En ello emplea un rato, el tiempo que dura una breve conversación entre el escritor y Varela. Es tiempo suficiente para que la mente privilegiada de Morencos se dé cuenta de que en ella hay gato encerrado y cuál es el gato. La opinión de Morencos es determinante para el autor porque el labrador es un intelectual. Por idéntico razonamiento, Bruno no piensa dejársela a Varela, que no es intelec­tual. Las novelas, por tanto, no serían sino una especie de correspondencia entre los escrito­res y los intelectuales. El argentino tiene sus buenas razones porque las novelas se estropean si no se sabe leerlas y no tiene sentido escribir para aquellos que no están capacitados para entenderlo. Es un criterio que conduciría a un númerus clausus inamovible. Sólo los intelec­tuales que ya lo son tienen acceso a la cultura, y para aquellos que no lo sean estará vedada para siempre jamás. Varela, que quiere mejorar su nivel cultural, nunca podrá conseguirlo porque nadie le va a dar una novela. Todo ello choca con el ambiente que reina en el pueblo, muchos de cuyos vecinos utilizan términos de gran precisión, algunos desarrollan teorías filo­sóficas o morales y hay quien abre su puerta a los extraños si salta al aire el nombre de Dos- toievsky. Enseguida veremos que la afición a la literatura está bastante generalizada por esos pagos, como hará notar el cabo Gutiérrez al escritor en la escena siguiente. Por eso, la intran­sigencia de Bruno con las pretensiones de Varela, sólo puede deberse a su propia condición de extranjero todavía no integrado del todo en esa comunidad tan culta. Eso explica también que le recrimine por no velar a su padre fallecido, aunque nada se dice de si eso es una costumbre generalizada en el pueblo o una decisión personal de Varela que, por cierto, se carga de razón cuando dice que el pudor debería impedir a los muertos consentir que los amigos y parientes les contemplen durante horas en un estado tan lamentable. ¿Alguien asistiría a una reunión social -como son los velatorios- enfermo, sucio, maloliente y en plena descomposición para que todos lo vieran así?

La secuencia contiene otro de esos elementos de distanciamiento que tanto le gustan a Cuerda. Los estudiantes de Eaton interrumpen la marcha de la acción y se convierten en espectadores de la conversación de los personajes, con la peculiaridad de que su representante, además, lo anuncia: están allí para ver «lo que sigue» y cómo lo hacen. Lo mismo que noso­tros, espectadores de la película, que queremos saber lo que sigue y si lo hacen bien o mal. Cuando la discusión sobre los intelectuales termina, el de Eaton comenta que les ha gustado mucho porque la escena tenía mucha naturalidad y estaba bien interpretada y los diálogos estaban bien dichos. Estos visitantes, futuros detentadores del poder omnímodo, se pasean por el mundo contemplándolo, juzgándolo y criticándolo como si fuera una película. La idea está en la misma línea que el personaje de Cascales, que quiere cambiar su papel, y la orden del alcalde de ponerse todos a hacer flash-back. En la segunda parte de esta escena, cuando Morencos se incorpora a ella, los americanos prometen no interrumpir por el interés dramá­tico del momento, que curiosamente está construido con una cierta intriga: ¿Qué le ha pare­cido realmente a Morencos la novela de bruno?, ¿por vuelve de su lectura con ese gesto tan ambiguo?