Los de siempre

Molinicos , , , , , ,

En la sala de juntas del Ayuntamiento se ha reunido todo el pueblo. En la presidencia se sientan el Alcalde, el cabo Gutiérrez y Don Andrés. Tras el Alcalde, de pie, está la Susan. El Alcalde comienza a hablar: «En resumen: Hemos ganado los de siempre. O sea, yo alcalde, de cura, Don Andrés, de maestro, no se ha presentado nadie, o sea, que sigue Don Roberto». La muchedumbre aplaude. «De puta, Mercedes». Más aplausos. «También han salido cinco adúl­teras -continúa el Alcalde-, pero bueno, esto ya se lo diremos a ellas para que los maridos, si quieren se enteren y si no, no. Monja, no hay… Que no ha salido… La Cristina va a probar de marimacho unos meses. Y Don Cosme, de homosexual». El pueblo lanza vivas. «También ha salido que los de la invasión se tienen que ir». Muchos aplausos. «Y si hay algún americano, también». Los estudiantes de Eaton, muy molestos, abandonan la sala entre gritos, aplausos y pitos. Teodoro levanta la mano con sus gafas de sol. «No, tú, no -le dice el Alcalde-. Tú estás en Oklahoma cumpliendo con tu obligación, así que si quieres, te quedas, o si quieres, te vas». Teodoro insiste y vuelve a levantar sus gafas. El Alcalde, impaciente, le da la palabra. «No, yo es que quería defender un poco a los americanos porque también tienen cosas positivas». «¡Vete a la mierda, hombre!», responde el Alcalde con el mayor de los desprecios.

«Bueno, lo primero que quiero deciros -sigue el Alcalde- es que, como ya conocéis mis ideas, la muchacha me la quedo para mí sólo». Se produce un murmullo. Susan sonríe al pueblo encantadora. Un viejo grita: «¡Di que si, alcalde, que todos somos contingentes, pero tú eres necesario!». «¿Viva el señor Alcalde!», grita otro. El Alcalde cambia un momento impresiones con el cabo y luego dice: «Bueno, falta una cosa. En cuanto a los elegidos para el orden público, tiene que deciros algo el cabo Gutiérrez». «¡Viva el cabo santo!», grita alguien. «¡Viva!», contestan todos. «Ha ocurrido algo que os tengo que comentar-informa el cabo con la máxima dignidad-: la Guardia Civil ha perdido las elecciones. Las ha ganado la Secreta». Hay un pitido general. «Ahora sí -continúa Gutiérrez-, la Secreta somos nosotros mismos». Aplausos calurosos.» Menos…, menos Fermín. El guardia Fermín queda fuera de las fuerzas del orden público. En cualquier caso, yo pido un aplauso muy grande para el guardia Fermín». El aludido se ha quedado de una pieza. A pesar de que todos corean y aplauden su nombre, él sigue afectado por tan insólita decisión. Pascual aplaude con prudencia. Entre los dos se cruza una mirada de desconfianza.

Probablemente, cuando en la convocatoria para hacer flash-back, al Alcalde le tocaron las pelotas y él reaccionó convocando elecciones, no lo hizo de forma tan impulsiva como podía parecer. En las elecciones de este pueblo ganan los de siempre, sin necesidad de ningún par­tido revolucionario institucional. Si acaso algún pequeño retoque insignificante, como esa exclusión del Cuerpo del pobre Fermín, que se salda con una drama personal, pero sin con­secuencias sociales. También conviene que haya alguna sorpresa como ésa de que las eleccio­nes las pierda la Guardia Civil y se haga cargo del orden público la Secreta, siempre y cuando los miembros de la Secreta sean los mismos que los capitostes de la Benemérita. No me queda claro si en ese nuevo cuerpo el cabo Gutiérrez y el superviviente Pascual tendrán que dejar el tricornio en el perchero y vestir con gabardina y borsalino. Lo que si es una novedad es el talante xenófobo que reflejan los resultados. Los votantes han decidido que se vayan los inva­sores y los americanos. Curiosamente los primeros lo hacen sin armar mucho barullo mien­tras que los estudiantes de Eaton sacan los dientes, como veremos en la secuencia siguiente. No es mal remedio para acabar con la ocupación de un país por otro, convocar elecciones en las que los electores decidan libremente si quieren ser ocupados o no. Claro que esto a quie­nes más afectaría sería precisamente a los americanos.