A la salida de la sala de juntas se forman corrillos en la plaza. Entre ellos vemos abrirse paso a Teodoro -con sus gafas negras en plena noche y su guitarra-y a Jimmy con su lechoncito. Al fondo salen el Alcalde y Susan. Los estudiantes de Eaton se les acercan y su líder se encaran con él con inimaginable gesto de desprecio: «Hemos discutido, alcalde del pueblo, entre nosotros, para ver si la técnica del carnero era bien de aplicar aquí…, y hemos votado, y hemos salido, que usted nos toca las pelotas, alcalde, y que nos vamos, pero, sin embargo, cuando seamos líderes, con todo el poder omnímodo, no nos olvidaremos, alcalde, que usted nos toca las pelotas. Y eso es resultado nuestro, you know, y nos podemos quedarnos, you know, pero nos vamos». El Alcalde y Susan, que empezaron a escuchar sonrientes las palabras del yanqui, se han quedado demudados. El muchacho les ha hablado al final en un tono de superioridad y chulería asombroso. Gabino Diego volvió a demostrar aquí el talento y la finura con que enfocó este personaje que la película añadía al guión original.
Jimmy y Teodoro están charlando con Varela: «Pues mire, mi hijo, aunque es ingeniero y da clases en Oklahoma, tiene alma de artista. Ha nacido así, ¿qué le vamos a hacer?». Teodoro escucha con la sonrisa en la boca, aguantando la risa, a pesar de que lleva las gafas de sol. «Esto de la risa no le ocurre a todo el mundo», añade Jimmy imitando la estúpida sonrisa de su hijo con un esbozo de ironía. «Pues en Oklahoma no es tan raro, padre». Jimmy salta cabreado: «Pues aquí, sí. Aquí sí es raro, ¡coño!, ¿me oyes?». Luego recupera los buenos modos y sonríe. «Es que yo soy su representante».
Esto de que su hijo se ría de la luna o por culpa de la luna está colmando la paciencia de Jimmy y afectando a las relaciones paterno filiales, hasta ahora tan sólo amenazadas por la sospecha de Jimmy de que su hijo abusara de él en la cama compartida. Eso de que todo un profesor de Oklahoma se ría sin ton ni son, le saca de quicio. Otra cosa muy distinta sería que se le cubrieran de pelo la cara y el cuerpo y aullara.
En esta secuencia se cortaron una discusión del Alcalde con uno de los ocupantes, que se resis– tía a marcharse, y una comunicación de una mujer a la Padington de un «uso maravilloso con uno de los del pueblo de arriba».
La verbena está muy animada. El cura dispara al tiro al blanco, acompañado por Paquito y Merceditas. El feriante intenta ligar con ella. «Amí, esto de tener negocio propio -inicia su repetida cantinela- me ha frenado mucho para ser un hombre de acción. Yo podía haber sido una leyenda…, o una epopeya, si nos hubiéramos juntado varios…».
En los caballitos de sube y baja, Mercedes, recién reelegida puta, habla con Varela: «Lo que yo quisiera conseguir en este ejercicio -dice como si estuviera haciendo campaña- es que cuando vayáis a usarme, os paséis antes por casa y os quitéis el mono o lo que llevéis puesto para labrar… Porque llegar así… con traje de faena, da mucha sensación de pobreza … y de prisa… y de falta de cariño». Estas reivindicaciones de Mercedes tienen una cierta semejanza con las que habitualmente se hacen en el seno del matrimonio. La meretriz electa quiere conseguir para su oficio una asimilación con el de esposa burguesa. Como ya ha dicho Alvarez al referirse a la relación de Merceditas con su tío, lo que hace una prostituta es lo mismo que lo que hace cualquier mujer al acostarse con hombre, solo que cobrando. Subyace en esta idea una misoginia nada disimulada.
El feriante sigue confesándose con Merceditas: «En fin -dice-, a los errores hay que sacarles dinero…, y aquí me tienes…, Ya sé que la luz no cura la ceguera y que la única patria del hombre es su propia muerte. Por eso, yo vivo mi vida de una manera muy personal». Más que un hombre de acción, el feriante es un filósofo frustrado, un poeta en prosa.
El cabo Gutiérrez pasea por la feria con el guardia Fermín, al que se ve muy triste. El cabo le ha echado el brazo por el hombro y va explicándole la situación: «De entrada, nunca pensé que fuera a perder la Guardia Civil… ¡Un cuerpo tan prestigioso…! Y ya ves… En fin, los electores son veleidosos y les gusta la novedad. Por eso, al mando y a mí se nos ocurrió lo de la Secreta. Lo de que te quedases fuera fue idea mía, lo confieso. Pensé que, en el peor de los casos, tú eres un hombre que habla bien…, que sabe escribir a máquina…». Rafael Díaz, sin decir una palabra en toda la escena, la interpreta maravillosamente, comprendiendo la decepción del personaje, como si estuviera actuando en un drama y tuviera un personaje realista. Nada ha cambiado en el pueblo después de las elecciones, pero a Fermín- se le ha caído el mundo encima. Aunque sepa escribir a máquina.
Nacho, muy acelerado como siempre y con la ropa interior que siempre vestía Cascales, se acerca a Jimmy a Teodoro y les pregunta si no le han visto.
Los forasteros no le entienden. Nacho se explica: «El que quería cambiar siempre de personaje». Jimmy dice que no y Teodoro, que sigue sonriendo, añade: «Yo tampoco, pero de mí no se fíe mucho esta noche, porque con estas gafas no veo…». Nacho sale corriendo. A esas horas el ex-suicida permanente ya había vuelto de pelear con los camiones. La desaparición de Cascales hace sospechar que por fin se han cumplido los deseos autodestructivos de Nacho, pero en carne ajena. Ajenos a este drama, los forasteros ya están pensando que allí no pintan nada. «¿Qué, padre, nos vamos?», propone Teodoro. «Realmente -dice Jimmy- nos hemos divertido tanto ya…, que podemos salir zumbando». ¿Qué diantres pensaría Pepe que podían hacer ellos en el pueblo de los prodigios?
Carmelo, borracho, se acerca a la caseta de tiro y le dice al cura: «Padre, o se gana el vino aquí, al tiro…, o mañana no consagra, que se lo digo yo». Paquito le coge por la solapa y violentamente le dice: «Tú eres un borracho sinvergüenza, que nos estás dejando sin el vino de consagrar todos los días, y te voy a romper la cabeza». El griterío llama la atención del cabo Gutiérrez, que se dispone a intervenir con gesto fiero, pero en el último momento, vuelve sus pasos y le dice a Fermín: «Ve tú, hijo, ve». «¡Gracias, mi cabo!», contesta él muy marcial. Y como si estuviera en un western militar de John Ford, el guardia civil asume su última orden, como muy bien subraya el comentario musical de Pepe Nieto. Al verle llegar, la riña se interrumpe y todos le aplauden. Fermín, agradecido y con lágrimas en los ojos, desfila entre el gentío emocionado, mientras los acordes militares le siguen, primero en primer plano hacia la cámara y después alejándose de espaldas, caminando hacia el tiovivo. John Wayne no lo hubiera mejorado.
Hay en esta secuencia un cambio sustancial que mejora notablemente la ya hermosa idea del guión, en el que era Fermín quien pedía al cabo que le dejara a él intervenir en la trifulca: «¿Me deja, mi cabo? Aunque sea mi última misión». «Ve, hijo, ve», le contestaba Gutiérrez. La resolución formal de la escena también está muy por encima de lo que se sugería en el guión. Este es uno de esos momentos, que abundan en las comedias de Cuerda, en los que se consigue pasar de la burla y la ironía a una intensidad emocional sorprendente.
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