La maté porque era mala

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Jimmy, que sostiene un cochinillo en su regazo, y Teodoro comparecen ante el cabo Gutiérrez, que no acaba de asimilar la historia que los forasteros le han contado. «Pero, en resumidas cuentas, ¿usted qué es lo que hizo?», pregunta una vez más a Jimmy. «Matar a mi mujer», responde con toda naturalidad. «Pero eso es un disparate», dice escandalizado el cabo. «No, señor, qué va, ni mucho menos». El cabo reemprende el interrogatorio: «¿Por qué la mató usted?». «Porque era muy mala. Me fastidia decirlo delante de mi hijo, pero es la verdad». «¿Y esto lo saben en Madrid?», pregunta Gutiérrez. «Pues claro -dice Jimmy-Lo pri­mero que hice después de matarla fue ir a la comisaría y decirle al comisario: Señor comisario, yo he matado a mi mujer, porque era muy mala». «¿Y qué dijo el comisario?», se interesa Gutié­rrez. «¿Y qué quiere usted que diga? Un comisario siempre es un comisario. Pues, hombre, que tampoco hay que llegar a esos extremos… y que las cosas hay que tomarlas con calma.». «¿Y no lo detuvo?». «No, no. No me detuvo. Es un caso sencillo. Lo entendió muy bien». «¿Se ha confesado usted de esto?», pregunta el cabo. «No, a mí en la comisaría no me han dicho nada de confesarme». Para Gutiérrez resulta demasiado y estalla muy enfadado: «Pues yo si se lo dijo, alma de cántaro. ¿Pero cómo puede usted andar por ahí, tan tranquilo, con un pecado tan gordo en la conciencia?. ¿Pero no ve que si se muere, va a las calderas de Pedro Botero de cabeza?». Jimmy intenta calmarlo: «Ah!, pues mire si, tiene usted razón, pero no había yo caído en eso. No se preocupe: ahora mismo voy yo a confesarme». Tímidamente, Teodoro se atreve a intervenir: «¿Y entonces, detenerlo no…?». El cabo, más calmado, res­ponde: «Hombre, tampoco voy a ser yo más papista que el Papa: Si en Madrid no lo han dete­nido, no querrá que me meta yo en camisa de once varas y que se crean que quiero enmendarles la plana a los de la capital. Yo no soy de esos. Yo no ando por ahí dándome pisto… -dirigiéndose a Teodoro-»Y, ¿usted dónde da clases?». «En Oklahoma», contesta él. «En los Estados Unidos». «Si, señor». Gutiérrez baja la voz y le pregunta en tono confidencial: «¿Y cómo anda por allí la política?» Teodoro hace un gesto ambiguo. «Revueltilla, ¿eh?… -con gesto de grave alarma- ¿Hay mucho Opus?».

Cuerda resuelve esta secuencia en un juego planos medios y primeros planos que, tras el plano general de localización, permite a los actores desenvolverse a sus anchas. Luis Cíges, con cierto ademán de soberbia, de seguridad en que lo que ha hecho se caía por su propio peso, y Saza, entre el asombro y la indignación, interpretan su mano a mano con una caden­cia perfecta, aprovechando las muchas posibilidades humorísticas del texto, pero constru­yendo la situación desde dentro de los personajes, creyéndose lo que dicen a pies juntillas. El resultado es de una naturalidad pasmosa. No existe, como tampoco en el resto de la película, el menor atisbo de distanciamiento y esta ausencia es una de las claves de su paradójica vero­similitud.

El sentido de la secuencia se resume en el comentario de Jimmy cuando dice que el caso es muy sencillo y que el comisario lo entendió muy bien y por eso no le detuvo. Mató a su mujer porque era muy mala. Y no se puede condenar a alguien que explica las cosas con una lógica tan palmaria. En vez de «la maté porque era mía», estamos ante un caso de «la maté porque era mala». Ahora, eso sí, cuando el cabo le advierte de que en todo caso asesinar a la mujer de uno es un pecado gordísimo, Jimmy lo reconoce y se muestra dispuesto a confesarse. En contrapartida, Gutiérrez, que no es de los que se van poniendo medallas, entiende que si en Madrid no le han detenido, él no tiene nada más que decir. Doctores tiene la Iglesia… y el Cuerpo.

Lo que le preocupa al cabo es la política y, ahora que tiene ocasión de informarse de pri­mera mano sobre cómo van las cosas en América -recordemos que ya se lo preguntó en misa al estudiante de Eaton—, no va a desperdiciar la ocasión. La obsesión por la irresistible ascen­sión del Opus reaparece también al final de esta secuencia magistral. La cara demudada del cabo por la sola sospecha de que la Obra se está infiltrando en las universidades yanquis, cosa que el simple de Teodoro ni le confirma ni le niega, expresa maravillosamente la fobia del guar­dia hacia esa institución. Sentimiento que, por cierto, estaba muy extendido en la España fran­quista entre elementos de la derecha, principalmente en la Falange y el ejército. Queda la duda de si la pregunta de Teodoro sobre si el cabo va a detener a su padre, oculta un miedo por la posible separación o un deseo subconsciente de la misma.