El paciente terminal

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En esta película tan poco correcta con las normas del buen gusto no podía faltar una secuencia dedicada a la muerte, un tema con el que es muy difícil bromear. Cuerda encuentra la clave para conseguirlo a través de este médico que dedica su esfuerzo a dejar morirse con «parsimonia» al enfermo, a contemplar el proceso natural de la desintegración física en toda su grandeza. Estamos a un paso de la eutanasia. Don Alonso no repite las condolencias comu­nes en situaciones como ésta («he hecho cuanto he podido», etc..), sino que ensalza la digni­dad con que le moribundo asume su realidad, como quien asiste a un buen espectáculo. La muerte del padre debe ser un modelo para Varela que debe sentirse orgulloso por la forma que su progenitor tiene de «irse», de «apagarse». Lo ha pasado tan bien el médico, que está dese­ando que llegue el hijo para poder contar esta emocionante experiencia, que nunca había tenido con semejante intensidad. A Varela le preocupa el inevitable sufrimiento de su padre, pero el médico lo ve con ojos profesionales. En buena lógica «subruralista», un moribundo como Dios manda debe sufrir. Los médicos del realismo, pero también los del melodrama, habrían intentado consolar al pariente con la añagaza de que, al menos, el moribundo no está sufriendo y, es más, habrían intentado calmar los dolores con morfina. Don Alonso, no. Los enfermos mortales sufren, de la misma manera que -como decía Paco Hernández, los de cien­cias trabajan. Para algo se les está yendo la vida, lo que no puede producir otro efecto que el sufrimiento.