Después del plano de las cabras, la película muestra una de las calles del pueblo en la que la gente se agolpa al paso del cabo Gutiérrez (José Sazatornil) que ataviado con sus mejores galas y acompañado de su mujer, Doña Rocío (Carmen de Lirio), y seguido por paisanos y niños, acude a la iglesia a la llamada de las campanas, insólitamente vitoreado por un hombre con aspecto de mendigo que, al paso del guardia civil, grita: «¡Viva el cabo santo!». Enseguida es contestado por otro: «¡Viva el ser impresionante e inspirado!». El cabo, agradecido saluda con un gesto de modestia a su primer «fans» y se vuelve cortésmente a la alabanza del segundo. Doña Rocío, muy orgullosa, sonríe. Estas muestras de entusiasmo que, como veremos, también se producen a la llegada del alcalde (Rafael Alonso), son buenas costumbres del lugar, cuyos habitantes reconocen la autoridad y real de sus próceres y, dado que sus cargos se eligen por procedimientos estrictamente democráticos, como también veremos más tarde, responden a una lógica cívica, puesto que el cabo y el alcalde son sus representantes. Naturalmente sabemos que un cabo de la guardia civil no es un cargo electivo, pero no es así en el pueblo de Amanece, que no es poco. El cabo Gutiérrez, lejos de la imagen tópica del guardia civil malhumorado, es un personaje amable, razonador y comprensivo, poco dado a la violencia, por lo que su reacción final ante la rebelión del sol resulta enteramente sorprendente. En el guión aparecen ya en esta secuencia de sudamericanos levitando.
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