Cursillo acelerado para aprender a besar

Ayna ,

Se ha hecho de noche. Elena está sentada sobre sus piernas enfrente de Mariano. Una vez autorizada su relación por la asamblea, ha comenzado sus lecciones de buen amor. Con sua­vidad va explicando a Mariano el proceso del rito amoroso entre los humanos. «También es la costumbre tocarse las manos -le dice—…, apretárselas… juguetear con los dedos…». Elena va acompañando sus palabras con los gestos de sus propias manos. Mariano la imita con las suyas. «Y luego vienen los besos. Los besos se dan con los labios y depende de donde beses, da más o menos gusto. Se suele empezar de menos a más. Te pongo un ejemplo». Elena apoya su cara en los labios de Mariano. «Tú me besas a mí en la mejilla. Y eso, a mí me gusta…, pero es como si me besara un pariente o un amigo. Es decir, como ya tengo costumbre, se disfruta menos. Pero luego, yo cierro los ojos y tú me besas los párpados. Pues ahí se ve ya un poco más de amor. ¿Me entiendes?. Un tío tuyo no te besa los párpados. Primero me besas los pár­pados…» Elena se acerca a él y Mariano obedece sus instrucciones. «Y luego me besas los labios. Primero, besos pequeñitos, luego besos de morrete y ya los vas dejando más blandos y los vas apretando con los míos…» A medida que los besos han ido in crescendo, el cuerpo de Mariano va enterrándose más en el suelo. Elena, alarmada, pregunta: «Pero, ¿qué pasa?, ¿por qué te me vas para adentro ahora?». «Pues, ¡coño!, no me hables de esas cosas -contesta Mariano-. ¿No ves que hago palanca con la punta del pijo y me voy para abajo?».

¿Cómo aprenden los humanos a besar? Ni en las más modernas clases de iniciación sexual se enseña a los niños la técnica del beso. Y sin embargo la tiene, como demuestra en esta escena Elena, que ha conseguido que sus compañeras le den vía libre para iniciar unos avan­ces con su hombre del bancal. De momento, las posibles y múltiples posturas del coito son impracticables por la peculiaridad del macho elegido: sigue enterrado de cintura para abajo. Así es que el posibilismo aconseja una clase de besos para que, cuando llegue el momento de pasar a mayores, los preámbulos estén dominados teórica y prácticamente por el sujeto varón. Para que los besos produzcan el placer requerido, se debe proceder de menos a más, para así crear un escalonamiento en la excitación. Lo que no ha previsto Elena es que los órganos geni­tales del macho que brota no se desarrollan con la misma cadencia que, por ejemplo, los pies, que se resisten mucho más a alcanzar su definitiva fisonomía. Esta secuencia aclara que el mis­terioso fenómeno de la erección, debidamente incitado por caricias y besos, es perfectamente posible bajo tierra -ya se sabía por las películas eróticas que también se puede dar bajo el agua del mar o de una piscina-, pero que por las leyes de la física, que nada saben ni de amor de colores, como rezaba la letra de «La perrita pequinesa», un clásico de los 50 que seguramente se conoce y se canta en este pueblo, el pene erguido hace un efecto de palanca que arrastra hacia adentro la parte del cuerpo que ya ha brotado. Esta falta de previsión está a punto de provocar una desgracia irreparable y, malheuresement, que diría Paquito, tiene carácter pre­monitorio.