Bautizo en el bancal

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Elena está arrodillada en el bancal en donde su hombre crece rápidamente. El brotado le dice: «Elena, muchas gracias por no haberme arrancado. Ya sé que es costumbre, pero también sé que cuando te quedas con el rizoma al aire, cualquier mal viento o la simple cagada de una moscarda, te pueden enviar al otro barrio. A los de este pueblo no hay que hacerles caso para nada. A veces he pensado que hubiese sido mejor quedarse allá abajo, aunque viéndote a ti, pienso que merece la pena haber brotado». «Te voy a bautizar, ¿eh?», le dice Elena levantán­dose. «Lo que tú digas». «Esto consiste en echarte un poco de agua por la cabeza. No te asus­tes». «No, si el agua me vendrá bien para crecer». Elena, levantada, procede a echar sobre la cabeza del hombre el agua bendita que trae en el frasquito: «Yo te bautizo con el nombre de…Mariano». El hombre brotado, hasta ahora tan delicado y romántico, se revuelve en vio­lenta protesta: «¿Cómo que Mariano, cómo que Mariano?». «Como mi abuelo», se disculpa Elena, totalmente sorprendida por la reacción de su protegido. «No me fastidies, mujer. No me fastidies. A mí me apetecía llamarme Luis Enrique». Mariano, que tiene ya el torso fuera y que ha crecido con chaqueta y corbata, queda empapado por obra del agua bendita y algo mosqueado por efecto del nombre que la campesina le ha puesto.

No deja de llamar la atención que Elena tenga tanta prisa en bautizar al hombre de su bancal. Probablemente lo haga ante la posibilidad de que se agoste y vaya al limbo como los recién nacidos que mueren sin bautizar. Igualmente resulta curioso que la Iglesia admita en su seno a hombres todavía en formación mientras que niega la entrada al negro Ngé, que tiene todos sus atributos en su sitio. Y una cosa más: en la película no hay nada que nos haga pensar que también a un campesino le pueda crecer en su tierra una mujer. Los que brotan, al menos a la vista, son todos hombres. Por lo que cuenta Mariano, ya desde el día siguiente a su apari­ción, los brotados tiene perfecto raciocinio, dominan el lenguaje e incluso tienen un relativo caudal de conocimientos, como por ejemplo que el agua es buena para el crecimiento de los .. frutos de la tierra o que no es conveniente que el rizoma quede al aire. Como Carmelo, de las cosas de iglesia sabe poco, a juzgar porque Elena tiene que explicarle en que consiste el rito del sacramento del bautismo. También nacen con sentimientos y, como veremos después, con el instinto sexual desarrollado.

En el guión Mariano relataba a Elena que el día anterior unos paisanos comentaban que iba a ser bastante idiota porque no se reía aun. «Como si fuese fácil reírse después de estar nueve meses ahí abajo enterrado, con las lombrices y los topos, y el frío y el agua». Era una reflexión afortu­nada que daba nuevos datos sobre las características del prodigio: los botados, como los seres humanos nacidos de madre, pasan por un periodo de gestación de igual duración durante el cual ya sienten, tanto en lo físico como en lo moral. Por eso cuando brotan aún no saben reir, porque ahí abajo no hay ningún motivo para ello, de la misma manera que los bebés al nacer no sabes hablar porque en el claustro materno no hay con quien hacerlo. Mariano añadía una reflexión no menos inteligente: «Además yo no soy ningún inconsciente. Que uno no sabe a dónde va a salir ni qué se va a encontrar. Ahora que ya te conozco, mira si me río».

La relación que desde el primer momento intenta establecer Elena con su protegido es de superioridad, sensual, maternal, pero autoritaria. Ya de entrada, le impide que se llame Luis Enrique y le pone como una sopa por el capricho de rociarle con agua bendita y no esperar a que pueda disponer de sus miembros para quitarse la chaqueta y la corbata.