LA LOTERA

 LA LOTERA

Andaba yo un poco tristón, asténico y ñoño, y he decidido bajar a echar la primitiva. Pues bien, cuando he visto la indisimulada turgencia de la chica de la lotería, tras ocultar varios fogonazos que me han venido así, inopinadamente, como a los místicos los estigmas, y después de pagar lo que debía, ya que no se me ocurría ningún tema que debatir acaloradamente con la buena lotera, entonces me he despedido amablemente y he empezado a reflexionar cosas profundas tales como «qué barbaridad, con qué gracia exhibe tan bellas protuberancias», o bien «te ibas a enterar, guapa, de lo que vale un peine» (esto último nunca he entendido por qué se dice, a lo mejor es “pene”, no sé), y otros pensamientos por el estilo. El macarra que llevo dentro no ha querido manifestarse, es curioso que sea tan macarra y tan tímido.

Total, que la tristeza que ocupaba mi alma poco a poco a sido sustituida por una mezcla de instinto ancestral (qué bonito queda llamar así a “ponerse choto”, con perdón de las señoras) y de cierta (tampoco una cosa exagerada) alegría de vivir. Al fin y al cabo esta tarde veré a algunos/as amanecistas muy queridos, la próxima semana admiraré a la lotera y sus turgencias, seguramente me toque la primitiva y tenga que ir antes… en fin, hay muchas cosas unas más importantes que otras, que hacen que merezca la pena sonreír. Además sonriente está uno más guapo, dónde va a parar.

Por cierto, cuando me he ido del local, la amable muchacha va y me espeta: “¡caballero, que lleva la chorra fuera!”.

LA LOTERA II

Señores, desde ese día en que mi estado de ánimo meditabundo se trocó en alegría desbordante gracias a la generosidad con que la empleada de la lotería mostraba sus pechos, no había vuelto a experimentar el mencionado regocijo. He perseverado en mi ludopatía, pero últimamente sólo me atendía una compañera de la antes nombrada, caracterizada por su desmesurado volumen (en general, no sólo pectoral), aunque no por ello menos eficiente y amable para hacer su trabajo.
Pues bien, hoy me atendido la misma (la del volumen), pero me ha dado una pequeña satisfacción: me han tocado 8 euros. No son apenas nada, ya lo sé, por lo que rápidamente los he reinvertido en más juego, con la esperanza volver para comprobar mis futuras ganancias (o pérdidas).

Tal vez sea una señal de los dioses (o de Dios todopoderoso, eso va en gustos) para que siga jugando, o visitando el establecimiento, o yo que sé, simplemente me de una vuelta y me distraiga fantaseando con una riqueza mucho más meritoria que la que se obtiene con el trabajo honrado: la que te viene sin venir a cuento, pero que mereces sin la menor duda (por lo menos yo).

Y otra cosa: los ocho euros proceden no de la lotera escotada, no, sino de la otra.

LA LOTERA  III

Ah, Fortuna, diabólica ramera (la frase no es mía, es de John Kennedy Toole en “La Conjura de los Necios”), ¿a qué juegas conmigo? ¿no tienes más desgraciados de los que burlarte sádicamente?

He vuelto a la lotería, y me ha atendido de nuevo la chica de gran volumen e indudable amabilidad. ¡No había ni rastro de la turgente! O al menos eso creo, porque no la he visto. ¿Tal vez estuviera dentro y no ha salido a atender a la clientela, por pura vagancia? Lo ignoro. ¿Tal vez me ha visto de lejos y le ha dicho a su compañera “sal tú, que a mí este hombre no me gusta nada”? También lo ignoro. Bien es cierto que me ha vuelto a tocar, esta vez cuatro euros, que he vuelto a invertir en más juego.

Ahora mis dudas son mayores, si cabe; sospecho que soy el juguete del que hacen despiadada mofa e inhumana rechifla uno o más de los siguientes personajes:

  • La lotera gorda.
  • La lotera bella.
  • Fortuna, cruel e insensible diosa que se divierte viéndome perseverar en mi esperanza de que me toque un premio cuantioso o de que me haga caso el segundo personaje de esta lista.

Pero me da igual todo, volveré el próximo martes, y el jueves, y el siguiente martes…


LA LOTERA IV

Señores, aunque no he prometido nada, en vista del clamor popular de mis escasos seguidores, les daré los pormenores de mi recién hecha visita a mi administración de loterías de cabecera. Primeramente tengo que decir que las otrora mencionadas turgencias me apuntaban desafiantes, como pitones de toro de lidia dispuesto a entregarse hasta el final en el trágico juego de la tauromaquia (vaya, qué frase más cursi). Y es que hoy las llevaba de manera francamente conspicua, atrayendo la mirada del hombre más impertérrito.

— Hola – he balbuceado como he podido.

— Buenos días ¿me miras esto?

— Claro – pausa, me habría encantado que me dijera “Te miro lo que quieras, guapo, ¿también puedo tocar?”, pero no ha sido así – te han tocado 4 euros.

— Ah, oh, qué bien, vaya suerte – inteligente observación por mi parte.
Acto seguido me mira y no dice nada, como esperando a que me decidiera sobre cómo invertir la pequeña fortuna.

— Pues, esto… juégame dos y dos de la primitiva – no sé qué demonios he querido decir, tenía la mente ocupada en otras cosas, pero el caso es que ha salido bien.

— Muy bien, aquí tienes.

— Vale, gracias – y me he ido sin decir nada más.

— Hasta luego.

Como siempre, me ha obrado enseguida. Yo creo que esto quiere decir algo, me refiero a que siempre gano, lo justo para volver a la siguiente ocasión, y nunca lo bastante para cambiar de vida (y de residencia, claro). El caso es que Fortuna (diabólica ramera) me tiene amarrado a la lotería por invisibles cadenas, obligándome a volver una y otra vez, como Sísifo, condenado por los dioses a empujar una enorme piedra ladera arriba de un monte, para que se cayera rodando de nuevo y volver a empezar. ¿O tal vez es la lotera la que me ata, usando artes de hechicería?

A mi señora esposa, si le digo que hay una lotera a la que la naturaleza dotó de hermosas tetas y que siempre me da suerte, probablemente diría: “mientras te toque mucho dinero y lo traigas a casa, a mí me da igual cómo sea la lotera y lo que hagas con ella”. Cualquiera diría que menudo chollo para ella, una mujer de ciencia, pero yo le respondería (aunque no lo hago) que es una tacaña, sin curiosidad científica ninguna, y que lo único que le preocupa es alimentar todas las boquitas que viven en mi casa (las nuestras, la de nuestra hija, la de Chispa y las de las dos tortugas).

Espero que todo esto sea señal de que algo extremadamente bueno va a pasar en breve plazo, que cuatro euros no sé si lo merecen.

EPÍLOGO

Sobre la lotera (y no es el capítulo V, que la historia no da más de sí).

Esta vez no me ha tocado nada (ni la lotería ni la lotera); pero ha vuelto a exhibir orgullosa sus atrevidos pechos, como debe ser, reiterándome la dulce condena que el Hado me tiene impuesta de regresar eternamente (o casi) a la administración de loterías en busca de suerte.

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