El coito prodigioso

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Mientras Don Alonso se ensimisma en la agonía del padre de Varela, en su casa suceden cosas muy extrañas. Allí está Morencos, asustadísimo, subiéndose los pantalones y frente a él, en el espacioso lecho matrimonial, Doña Remedios (Queta Claver), la mujer del médico, con­templa a sus dos bebés recién nacidos con una sonrisa de felicidad, no se sabe si por la alegría de su maternidad o como consecuencia del acto sumamente placentero que acaba de consu­mar con Morencos, cuya virilidad no se ha visto afectada por el fogonazo del culo. Como además el resultado ha sido tan positivo, Doña Remedios, que está en la cincuentena, no da mayor importancia al prodigio de haber parido inmediatamente después de terminado el coito, lo que conlleva el ahorro de los nueve meses de gestación y sus consiguientes moles­tias. A esta señora en la menopausia, más prodigioso que parir le parece haber llegado por pri­mera vez al orgasmo a su edad. «Esto ha tenido que ser que, como lo he cogido con tanto gusto, me ha obrado enseguida», comenta al atribulado padre. «Diga usted lo que quiera, Doña Remedios, no es normal que a los diez minutos de terminar el acto, dé usted a luz».

Claro, a Morencos le llueve sobre mojado. Piensa en las curvas de Susan y le estalla el tra­sero, copula con la señora del médico y la dama pare gemelos en el acto. Tiene razón, no es normal. Pero también tiene razón ella porque lo lógico sería que los hijos se engendraran sólo de los coitos placenteros y que cuanto más lo fueran, más rápida fuera la gestación. Los nas- citurus, contagiados de la felicidad obtenida por la madre, estarían deseosos de salir al mundo, mientras que aquellos engendrados de un acto perpetrado a desgana y sin mayor placer se resis­tieran durante meses a asomar la cabeza, o las nalgas- que de todo hay- a este mundo traidor.

Morencos, que no acierta a abotonarse la camisa, se preocupa por lo que vaya a decir su marido que, además, es un hombre de ciencia. Ciertamente, a un científico, como Don Alonso, cuyas convicciones en las leyes de la naturaleza le llevan a aceptar la muerte como un hecho contra el que no se puede, un parto tan prematuro le debe escandalizar más que el hecho de que su mujer se acueste con un labrador, que por muy leído que sea no tiene los conocimientos científicos suficientes para cambiar el signo de las leyes naturales. Más extra- ñeza le causará saber que los niños no han traído un pan debajo del brazo, pero sí un chupete, que deberán compartir como buenos hermanos. Todo esto le puede llevar a sospechar que la relación sexual de Morencos con su mujer viene de meses atrás y que el embarazo le ha sido ocultado, lo que sería probablemente más humillante, pero también más de acuerdo con la ciencia. Pero Doña Remedios piensa que, aunque sea médico, lo que más le va a preocupar es cómo llenar «estas dos boquitas». «Es un rácano -dice- y no tiene ninguna curiosidad cientí­fica. ¡Imagínate, qué chollo para otro cualquiera, este prodigio que hemos hecho tú y yo». Doña Remedios tiene la moral muy alta después de lo que le ha pasado y no parece excesiva­mente preocupada por las explicaciones que tendrá que dar a su marido. En Amanece, que no es poco los maridos cornudos -Carmelo, Don Alonso- lo son porque así lo merecen.