Si las mujeres se entretienen en estos menesteres, los hombres se reúnen al llegar la noche en el mesón. Allí, junto a la barra, está Morencos contándole a su discípulo Varela los últimos acontecimientos de su atareada jornada. Al fondo del plano podemos ver y escuchar a la soprano que sigue cantando ininterrumpidamente desde antes de que se abriera el establecimiento. «… Como tenía la quemazón esa en el culo -le dice-, me pasé por casa del médico para que me echase un vistazo, pero no estaba…». «Estaba con mi padre -le interrumpe su triste compañero-, que se ha muerto». Morencos no se molesta en comentar la terrible noticia. Simplemente dice: «Ah, pues eso sería». Y con toda naturalidad continúa su relato: «El caso es que su mujer se empeñó en coserme la culera del pantalón y, cuando me vio en pelota… Ten en cuenta que los calzoncillos, como eran de nylon, con el fogonazo, vistos y no vistos, o sea que, al quitarme los pantalones, me quedé en bolas… Empezó a meterme mano y… ¡qué arte… y qué cosa más zorra de tía!…Total, que me excité. Y con miedo a arder otra vez, no supe decirle que no… y yacimos, yacimos un ratito, no creas, pero suficiente. Bramaba…, ¡qué entrega, que receptividad…! El más leve movimiento de mi pelvis actuaba en ella como ganzúa en su sensibilidad más arcana… No sé si me explico. Bueno, pues, a los diez minutos, que me iba yo a levantar a hacer pis, se ha puesto a parir como una coneja y ha soltado dos críos. ¡Mellizos!». «¿Estaba preñada?», pregunta Varela. «¡Qué coño va a estar preñada. Los ha tenido de mí, ¡de mí!, a los diez minutos. ¡Mellizos!». Tampoco Varela parece dar importancia al fondo de la cuestión de lo que su amigo le está contando: «Pues le has dado el día al médico, porque el hombre estaba tan contento con lo bien que se le había muerto mi padre. Pero, claro, con esto que me cuentas ahora…». Morencos reflexiona ahora sobre la sorpresa que le ha provocado el parto de Doña Remedios: «¿Y quién lo iba a pensar? ¡Anda que no me he acostado yo veces con mujeres y nunca ha pasado nada igual!». «A lo mejor al ser ella tan mayor… -intenta explicarse Varela— Mi padre…». Pero el tema de la muerte de su padre no parece un tema de interés para Morencos, que sigue a lo suyo: «Ella dice que es que se lo ha pasado muy bien. Vamos, que era la primera vez que había disfrutado en su vida y que por eso le ha obrado tan pronto».
El texto del relato de Morencos, dicho en la película de forma magnífica y entusiasta por ese gran actor que es Tito Valverde, que tan bien valora el sentido de cada palabra, el tono de cada frase y que domina la dicción como pocos, ha sido enriquecido notablemente con respecto al que figuraba en el guión. El que oímos en la película ha adquirido mayor naturalidad, mayor gracia y se ha hecho más coloquial y hasta verosímil.
En ese momento se acerca a ellos Bruno, que ha conseguido salir indemne y que los insultos de las damas no hayan llegado a las manos. «Hoy las mujeres estaban revolucionadas…», les informa antes de entregar a Morencos el manuscrito de la novela que acaba de terminar. «Toma, ché, la novela. La terminé». Morencos coge el manuscrito con desgana y sin otro comentario al respecto, continúa su cantinela: «Yo también he tenido un día… Se me prendió el culo». El escritor le insiste: «Tenés que leértela ahora mismo». Morencos no contesta. «Me excité pensando en la muchacha que ha traído el alcalde y me dio un fogonazo el culo». Bruno no le deja terminar y vuelve a la novela: «Es que recién termino de escribirla y las cosas que no se leen en su momento…». Cuerda abandona los planos medios que han predominado durante toda la escena y otorga voz a Varela, que cierra la conversación en primer plano: «Y a mí se me ha muerto mi padre».
El tiempo fílmico de esta película parece extrañamente distendido. Se puede pensar que la estructura en acciones paralelas, que a veces adopta Cuerda, provoca ese alargamiento. Pero si se medita con más detenimiento se llega a la conclusión de que hay una voluntad de que así sea. Los personajes se mueven de un lado a otro, casi como si se aparecieran -como Doña paquita en Total-, sin relación de causa a efecto entre lo que les ocurre y dónde están antes o después. Hay muertes, intentos de suicidios, partos prodigiosos, desdoblamientos, manifestaciones, pendencias, llegadas de visitantes inesperados de procedencias lejanas, ahorcamientos, brotes inexplicables de hombres en los bancales o en los caminos, etc…, pero se tiene la sensación de que, como en los pueblos de Berlanga, nada pasa y que el día se alarga y las jornadas se repiten en ritos de gran singularidad, pero iguales a sí mismos. Los personajes se complacen en relatar repetidamente sus experiencias, ya sean sus coitos, sus prodigios o sus desgracias. Y la soprano canta día y noche y quizás ni siquiera duerma porque su papel es estar ahí, en el café teatro, cantando por si asoman los borrachos de la mañana o los labradores de la noche. Por eso se espera con tantas ansias ese amanecer y si llega a su hora y por donde debe, no es poco.
Al comenzar la escena antes descrita, Morencos explica los pasos dados desde que dejó a Varela en el camino de los brotados y que han dado pie al episodio del parto que le va a contar. Es una forma de justificar las elipsis a posteriori a la que el director recurre con mucha frecuencia en esta película. Asistimos primero a una situación que nos sorprende porque no sabemos cómo ha llegado a producirse y unas escenas después los hechos que vemos o los diálogos nos completan la información. En la sucesión dramática de la película todo tiene su sentido y su continuidad, aunque el absurdo aparente y la cadencia del relato nos produzcan la sensación de gratuidad, de carencia de estructura. La forma de estar contada Amanece, que no es poco es muy distinta a la de Pares y nones, que avanza siempre en progresión implacable. Aquí hay saltos que descolocan momentáneamente y el tiempo parece detenido. Sin embargo, los criterios de planificación permanecen de una a otra invariables: potenciación del trabajo de los actores, funcionalidad narrativa y expresividad. Cuerda nunca tiene en ese campo una ocurrencia brillante en sí misma, una debilidad esteticista. la imaginación la guarda para las historias, los personajes, la puesta en escena. Los planos están ahí y son así para servir a la película, carecen de identidad independiente.
La secuencia en sí tiene tres partes entremezcladas, que corresponden a las cuitas o preocupaciones de los tres personajes, que intercambian informaciones que sólo a parecen interesar a sus respectivos protagonistas: el encuentro sexual fortuito de Morencos con Doña Remedios y su sorprendente consecuencia – un hecho que ya conocemos y que cobra su sentido en esta secuencia por el modo en que lo cuenta el personaje, una clara referencia a los relatos machistas de hazañas eróticas reales o inventadas a que tan aficionados son algunos compatriotas-, la muerte del padre de Varela -elidida en la imagen, puesto que dejamos al hijo conversando con el médico mientras su padre aun vivía-, que no le impide acudir a la taberna, sin quedarse a velar el cadáver, de la misma manera que durante la agonía se entretenía en los caballitos, y finalmente, la novela que ha escrito el sufrido Bruno, de cuya profesión no teníamos datos hasta entonces. La secuencia se estructura en diálogos sin respuesta coherente, de forma que cada uno va a lo suyo, como si su interlocutor no hubiera dicho nada. Y si Varela, más apocado, obsequia a Morencos con alguna pregunta circunstancial, aunque no muestra ninguna admiración ni por el placer que el labrador dice haber sentido ni tampoco por el prodigio cuya autoría reivindica con tanto empeño («De mí, los ha tenido de mí»), ni Morencos ni Bruno se molestan en condolerse por su irreparable pérdida, ni él ni su amigo prestan la menor atención al acontecimiento de que el escritor haya acabado su nueva novela. Bien es verdad que Morencos le acepta el manuscrito y que se retira a leerlo. La desolación de Varela, cuya insignificancia quita interés a su propia desgracia, queda patente en ese primer plano en que repite que se le ha muerto su padre. La jerarquización de las tres noticias no está pues en sí mismas, sino en quién es el sujeto de cada una de ellas.
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