¿Elecciones libres?

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En la plaza del pueblo se ha instalado la mesa electoral, que está compuesta por el Alcalde, el cura y el cabo de la Guardia Civil. La imagen resultante no puede ser más significativa. El Alcalde preside la mesa y va llamando a los votantes, que entregan su papeleta a Gutiérrez quien la deposita en la urna diciendo: «Vota». Don Andrés observa el riguroso cumplimiento de las normas electorales. Los tres van cubiertos: el Alcalde con su sombrero de paja color crema, el guardia con el tricornio y el párroco con el bonete. Tras el Alcalde, de pie, está la Susan. En este pueblo de tanta cultura y tanta ideología no funciona un sistema de partidos y, por lo tanto, no hay compromisarios. Tampoco hay cabinas que protejan el secreto de la vota­ción. En fin, más o menos como en la España de Franco, a la que la película se refiere sin alu­dirla expresamente.

Cuando empieza la secuencia está votando Ngé Ndomo Alvarez Martínez, al que acom­paña su madre, que vota a continuación. Solo ahora sabremos que Alvarez tiene nombre propio. Se llama Catalina y comparte con su hijo los dos apellidos. Después de votar, los dos se retiran. Ngé va llorando. Su madre le detiene: «Pero, bueno, ¿Y ahora, qué tripa se te ha roto?». «Es que no puedo remediarlo, madre -contesta el negro-, me emociono cada vez que voto. Es que son muchos años de lucha: Lincoln, Lumumba, Cassius Clay…» Ngé va enume­rándolos contando con los dedos.

El hombre joven que creció en el camino junto a Garcinuño se acerca a la mesa electoral muy contento: «Esto si que es llegar y besar el santo -dice el brotado- Acabo de venir al mundo, como quien dice, y lo primero, ¡hale!, a votar, a ejercer de ciudadano de pleno dere­cho. ¿Qué adelantos, verdad? Por cierto, padre, que me dejaron allá al muerto, y he pasado la noche con unas náuseas. Ahora lo que pensaba es que quiero ser torero, ¿qué hay que hacer?»